Dolió, por unas largas horas dolió. Como una pena sorda que se lleva donde no se ve, anduve con la noticia pesada, incómoda… Tanto que no tenía ganas de entrar a Internet. Recordé a Cortázar -“No sé escribir cuando algo me duele tanto“- y sentí que matábamos un poco a Chávez y el Ché si aquello llegaba a concretarse: Hugo y Ernesto serían dos perfumes, dos frascos para el glamour siempre caro de las boutiques y las pasarelas.
Pensé en la
maquinaria, en su orgía de titulares desatada a la velocidad de la luz
que viaja en fibra óptica. Y también en que en relación con Cuba
pasan muchas cosas que se salen de lo esperable de un país
latinoamericano de once millones de habitantes y constituyen el clásico
hombre que muerde al perro y sin embargo no llegan a los medios.