Consideraciones sobre el «cubano apolítico», del Dr. en Ciencias Filosóficas Pablo Guadarrama González, Profesor de Mérito de la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas.
Desde que irrumpieron las ideologías políticas,
especialmente las que conformarían la modernidad, se fueron decantando diversas
corrientes con posturas muy divergentes entre sí, y por supuesto con
fundamentos filosóficos muy heterogéneos, sobre la forma y las vías de cómo
debía organizarse la vida social.
La mayoría de ellas definieron con claridad sus ideas
respecto a la cuestión del poder político, como instrumento para perpetuar
algunas élites o clases dominantes, o para dar paso al predominio de otros
sectores sociales.
No hay que olvidar que por ideología se pueden considerar un
conjunto de ideas que se constituyen en creencias, valoraciones y opiniones
comúnmente aceptadas, las cuales,
articuladas integralmente, pretenden fundamentar las concepciones teóricas de
algún sujeto social (clase, grupo,
etnia, partido, Estado, Iglesia, etc.), con el objetivo de validar algún
proyecto bien de permanencia, reforma o subversión de un orden socioeconómico y
político, lo cual siempre presupone de algún modo una determinada actitud ética
ante la relación hombre-hombre y hombre-naturaleza.
Para lograr ese objetivo, las ideologías pueden o no
apoyarse en pilares científicos o filosóficos, en tanto estos contribuyan a los
fines perseguidos; de lo contrario pueden ser desatendidos e incluso ocultados conscientemente.
El componente ideológico en las reflexiones filosóficas por sí mismo no es dado a estimular
concepciones científicas, pero no excluye la posibilidad de la confluencia con
ellas, en tanto estas propicien la validación de sus propuestas.
La diferencia fundamental entre las ideologías y las
filosofías radica en que estas últimas apoyan sus argumentos en el poder de la
razón, en tanto las primeras pretenden fundamentar sus razones en el poder, ya
sea político, económico, militar, mediático, etc.
Las principales ideologías que se conformarían en la
modernidad fueron: el conservadurismo −que pretendía perpetuar la sociedad
feudal con las monarquías, y en el caso de Latinoamérica el poder colonial−; el
liberalismo, que se planteaba reformar la sociedad hacia transformaciones
capitalistas y republicanas; el socialismo, que aspiraría a cambiar
radicalmente la organización política y social capitalista −completando así las
propuestas democráticas al no reducirlas a derechos jurídicos y políticos, sino
al logro de justicia social−, y el anarquismo, que en parte coincidía con esta
última, pero se diferenciaba sustancialmente de ella por su presunto
apoliticismo, así como por sus métodos terroristas y magnicidas.
En verdad el anarquismo no es apolítico, sencillamente
porque nadie puede serlo, pues una forma de hacer política es pretender ser
indiferente ante los acontecimientos sociales, sus necesidades y
transformaciones. De manera que pretender ser indiferente ante la política es
una forma hipócrita de hacer política.
José Martí se enfrentó al presunto apoliticismo de los
anarquistas que no querían pronunciarse ante la lucha por la independencia.
Afortunadamente el sentido común se impuso y estos se unieron a esa honrosa
labor, de la misma forma que lo hicieron los anarquistas españoles aliándose a
demócratas y comunistas para tratar de salvar la República durante la Guerra
Civil.
Otras ideologías se conformaron en el siglo xx como el
fascismo, que ha tratado de revertir las conquistas democráticas con prácticas
políticas totalitarias, mesiánicas y racistas, o el neoliberalismo, que
aparentemente pretende presentarse como una continuidad del liberalismo, pero
en realidad ha logrado revertir muchas de las conquistas democráticas de este
último.
«Apoliticismo»,
conformismo, abstencionismo»
La mayoría de las ideologías políticas han promovido la
participación política, pero en los últimos tiempos, cuando el neoliberalismo
ha triunfado, más ideológicamente que en cuanto a logros sociales para la
mayoría de la población, algunos de sus «tanques pensantes» han estimulado el apoliticismo como medio
para inculcar la indiferencia y la resignación entre algunos sectores
populares, especialmente los jóvenes, a través de la consigna de que nada se
puede hacer para lograr sociedades más justas y más amigables con el medio
ambiente.
El conformismo es uno de los componentes aliados del
apoliticismo. Ambos pretenden opacar el protagonismo de aquellos que se pueden
convertir en potenciales peligros para la añorada, pero no lograda, estabilidad
de la sociedad capitalista.
El incremento del abstencionismo observado en la mayoría de
los procesos electorales de numerosos países puede tener diferentes lecturas.
Una de ellas puede ser entenderlo como síntoma de impotencia de un considerable
porcentaje de la población que se siente frustrada al no apreciar cambios
favorables en sus condiciones de vida una vez instalados nuevos gobiernos que
mantienen políticas neoliberales.
Otra es expresión del acomodamiento de una indecisa clase
media que es fácilmente manipulada por los medios de comunicación, ya que le
interesa más la renovación de su automóvil o de los electrodomésticos, que lo
que pueda transformarse de la puerta de su casa hacia afuera. No faltan los que
piensan que su voto no será decisivo para cualquier tipo de cambio a través de
la elección, pues ya todo está arreglado de forma inamovible en la «democracia
representativa» aunque cambien los nombres de los gobernantes, y en algunos
casos ni siquiera eso, pero no cambian las políticas socioeconómicas en los
gobiernos que se alternan y suceden.
«Apoliticismo» en el Socialismo»
En el caso de países socialistas la intención que subyace en
el apoliticismo tiene otras lecturas, como puede extraerse de las experiencias
de su derrumbe en la Unión Soviética y los países de Europa Oriental.
Esta situación es algo distinta, pues no esconde la
pretensión de sembrar entre determinados grupos de la población,
fundamentalmente jóvenes, la indiferencia ante las conquistas sociales
alcanzadas. Dado que estos no han conocido el capitalismo, por lo general
consideran que disfrutar de la salud, la educación, el deporte, la cultura,
etc., de forma gratuita, es algo natural y no constituye nada extraordinario,
por lo que añoran, sin renunciar a ellas, el disfrute de las extraordinarias
«ofertas» de la sociedad de consumo.
Algunos presuntos «apolíticos» se abstienen de ejercer el
voto en procesos electorales o votan en blanco, y creen que con esta actitud
expresan su valentía política, lo cual confirma que esto es un acto político.
Otros aducen que la única democracia es la multipartidista, e ignoran así que
en la historia de la humanidad han existido y existirán múltiples formas de
democracia y no solo la representativa.
Al hiperbolizarla, algunos gobernantes creen poseer el
«democratómetro» perfecto para medir su existencia en otros países y por lo que
les envían observadores para fiscalizar sus procesos electorales, pero no
permiten que a su vez observadores de otros países los visiten.
Siempre recuerdo cuando le pregunté a mi madre por qué
militando en el Partido Liberal había apoyado al Movimiento 26 de Julio –por
ello cayó presa, fue amenazada de ser envenenada y tuve que llevarle la comida
hecha en casa cada día a la estación de policía de Santa Clara–, me respondió
que porque no había nada más parecido a un liberal que un conservador y un
conservador a un liberal. Ambos eran la misma basura y por eso tomó esa
decisión. En Colombia dicen que la diferencia entre un conservador y un liberal
es que unos van a misa en la mañana y otros en la tarde.
Nunca olvidaré el agobiado rostro, por las torturas y
vejaciones recibidas, de Mercedes Vázquez, su compañera de celda, ni los
gemidos de los torturados, que aún algunos vecinos del parque del Carmen
recuerdan. Los instrumentos de tortura fueron exhibidos el primer día del
triunfo de la Revolución. Es bueno recordarles esto a los amnésicos apolíticos
o a los que no conocen que esto sucedió donde hoy sonríen estudiantes de la escuela
secundaria básica Capitán Roberto Rodríguez (El Vaquerito).
De manera que el presunto apoliticismo −que debe reiterarse
no es tal, sino en realidad otra forma sutil de hacer política contestataria−
en el caso de Cuba debe ser considerado en aquellos que lo practican una
expresión de inconformidad con el sistema social elegido, mantenido y defendido
por la mayoría de su pueblo. De otro modo no se explica que el derrumbe del
muro de Berlín y del «socialismo real», o tal vez «real de socialismo», no haya
llegado a alcanzar en su onda expansiva a la isla del Caribe.
El apoliticismo, que tal vez para algunos ingenuos pueda ser
considerado como otra manifestación de la pregonada «muerte de las ideologías»,
en realidad es todo lo contrario: una evidencia de que la lucha ideológica
revitaliza algunas viejas formas y formula otras nuevas.
Al igual que en el anarquismo subyacían posturas
individualistas, voluntaristas y nihilistas, al negar muchos valores de la
sociedad moderna −que incluso Marx y Engels, no obstante sus críticas a la
misma, reconocieron, como puede apreciarse en el Manifiesto Comunista−, el
apoliticismo contemporáneo está permeado por fundamentos filosóficos,
conscientes o inconscientes, de corte pragmatista, utilitarista y
existencialista, en los que el éxito individual se sobrepone a todo compromiso
social.
«Apoliticismo» en
Cuba»
No es la primera vez que el apoliticismo ha pretendido ganar
adeptos en la historia de la sociedad cubana y no solo entre los anarquistas.
También al inicio de la República mediatizada hubo expresiones de conformismo
por parte de algunos antiguos sectores anexionistas que tratarían de inculcar
la nefasta idea de que la intervención norteamericana en la guerra
independentista y la ocupación militar por parte de los Estados Unidos de
América había sido una bendición que había que agradecer, por lo que no se
debía manifestar ningún tipo de inconformidad política ante aquel hecho.
Afortunadamente, en los años 20 una nueva generación
juvenil, intelectual y política expresada en la Protesta de los Trece, el Grupo
Minorista, la creación de la Federación de Estudiantes Universitarios −liderada
por Julio Antonio Mella−, la fundación del Partido Comunista de Cuba, y las
luchas contra la dictadura de Gerardo Machado y la injerencia yanqui, así como
un fortalecimiento de las luchas obreras, revitalizaron la conciencia política
nacional cubana y el espíritu independentista que se pretendía apagar.
Del mismo modo la Generación del Centenario, inspirada
nuevamente en el ejemplo de José Martí, reiniciaría la lucha por la dignidad
del pueblo cubano frente a la sangrienta dictadura de Batista y obligó a los
indecisos a definirse políticamente.
El triunfo de la Revolución cubana sería crucial en ese
enfrentamiento al apoliticismo, especialmente cuando ante la agresión de Playa
Girón se declara su carácter socialista y no podrá justificarse más ningún tipo
de indiferencia ante las enormes transformaciones sociales emprendidas, como la
nacionalización de las empresas extranjeras, la Reforma Urbana, la Reforma
Agraria, la Campaña de Alfabetización, la Reforma Universitaria, la amplia
socialización de la educación y la salud, el nacimiento de nuevas
organizaciones como los Comités de Defensa de la Revolución, la Federación de
Mujeres Cubanas y la gestación de un nuevo Partido Comunista de Cuba.
Cuando el pueblo cubano se vio amenazado por una nueva
intervención militar norteamericana y el mundo estuvo muy próximo a que se
desatara una guerra nuclear, a partir la crisis de los misiles soviéticos en
este país, a nadie se le ocurría justificar una actitud apoliticista. El pueblo
cubano demandaría a cada ciudadano definirse de cara a una situación en la que
no había una tercera opción ante la consigna de Patria o Muerte.
¿Triunfará el «apoliticismo»?
Vivimos una nueva época en la que pareciera que tales
confrontaciones son cosas del pasado y no faltan quienes inculcan la idea de
que se deben olvidar. Por supuesto, quienes promueven tales consignas para
borrar la memoria de las nuevas generaciones saben muy bien que el pueblo que
no conoce su historia está obligado a repetirla.
Otros ilusos piensan que al ir desapareciendo por ley
natural la generación que encendió la llama revolucionaria, esta debe apagarse.
Tal vez olvidan la historia del pueblo cubano, por no decir la historia
universal, que evidencia que las grandes transformaciones no han sido
emprendidas por líderes solitarios. Estas solo se han hecho posibles si han
sido asumidas por los sectores populares.
Cuando se conoció la noticia de que José Martí se encontraba
en los campos de batalla, su amigo el escritor colombiano José María Vargas
Vila publicó un artículo calificando ese hecho como una locura.
Al día siguiente, Enrique José Varona –a quien el Héroe
Nacional tras su ausencia le confió la dirección el periódico Patria– le
respondió con otro artículo en el que sostenía que Martí no estaba loco, porque
sabía que había un pueblo entero esperando por él para la lucha
independentista. Agregó que su actitud revolucionaria era tan alta como el Pico
Turquino, pero los picos no nacen de sabanas, sino acompañados de otros tan
altos como él: Máximo Gómez, Antonio Maceo, Calixto García, etc.
La clara concepción del protagónico papel del pueblo en las
transformaciones sociales Martí la expresó al plantear: «Nada es un hombre en
sí, y lo que es, lo pone en él su pueblo. En vano concede la Naturaleza a
algunos de sus hijos cualidades privilegiadas; porque serán polvo y azote si no
se hacen carne de su pueblo, mientras que si van con él, y le sirven de brazo y
de voz, por él se verán encumbrados, como las flores que lleva en su cima una
montaña».[1]
La mejor forma de
enfrentar el apoliticismo es contribuir al estudio de la historia del pueblo
cubano, sus luchas emancipadoras, el optimismo revolucionario que ha inspirado
a sus líderes desde Céspedes hasta Fidel y Raúl, así como a todos los que le
han acompañado y otros que aún le acompañan.
Cuando alguien pierde la confianza en la pujanza y la
vehemencia de un pueblo como el cubano en la lucha por su dignidad, pasa a
formar parte de lo que Martí denominó sietemesinos. Por suerte, la mayoría de
los cubanos han nacido de parto natural.
[1] José Martí. Obras completas, Editorial Ciencias
Sociales, La Habana, 1976, t. XIII, p. 34.
Tomado de Vanguardia
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