Raúl Garcés -Tomado de Cubaperiodistas -
Septiembre de 2014. Teniendo como telón de fondo las imágenes de Pablo Milanés, Silvio Rodríguez y el grupo de experimentación sonora del ICAIC, el dúo Buena Fe
entona la emblemática canción de la nueva trova Cuba Va, acompañado del
coro entusiasmado de cientos de personas. Probablemente el hecho habría
carecido de mayor trascendencia, si no fuera porque ocurría en el
mismísimo Miami Dade County Audiotorium.
Abril de 2015. Uno de los símbolos más representativos de la intolerancia política en Miami, Ileana Ross Lehtinen,
pone cara de derrota frente a la revista Foreign Policy, como si cinco
décadas de industria anticastrista se vinieran abajo de un tirón sobre
sus espaldas desde una altura comparable a la del Empire State.
“No
podemos darle marcha atrás. Es una situación sin salida”.-confiesa,
refiriéndose a la eliminación de Cuba de la lista de países terroristas.
Más o
menos por esa fecha, la cantante Rihanna alborota las calles de La
Habana, como lo habían hecho antes Beyoncé o Paris Hilton. Más allá de
su fama, todas ellas forman parte del oleaje que trae a nuestras costas
más visitantes norteamericanos, y que, hasta el nueve de mayo de 2015,
había experimentado respecto al año anterior 36 por ciento de
crecimiento. Las encuestas dicen claramente que el 65 por ciento de los
norteamericanos, el 56 por ciento de los latinos y la mayoría de los
cubanoamericanos apoyan el giro actual de las políticas de Obama. Para colmo, el New York Times
ha situado a Cuba en el lugar dos entre los 50 países más atractivos
para visitar, y, en ese contexto, el efecto 17D se esparce también por
Europa, cuyos habitantes viajan apuradamente a redescubrir la Isla ya no
en carabelas, sino en confortables aviones.
Estas son las nuevas circunstancias. Cierto que no se ha levantado el bloqueo, que Marco Rubio
y su equipo de pugilato añaden enmiendas contra la Isla a determinadas
leyes, que Obama no utiliza todas sus prerrogativas como Presidente para
avanzar. Y cierto también que, transcurridos seis meses, estamos más
cerca de la posibilidad de convivir civilizadamente y abrir caminos.
¿Qué
implicaciones tienen los escenarios descritos para el trabajo de la
prensa y los periodistas? ¿Cómo se reacomodarán en lo adelante los
significados de la “plaza sitiada”? ¿Cederemos a la tentación de actuar
como si todas las murallas se hubieran derribado?
Quisiera
dividir esta reflexión en cinco desafíos que, a mi juicio, deberemos
afrontar con profesionalidad e inteligencia, si queremos ajustarnos a la
sensibilidad y el tacto político demandados por la nueva época.
1. El desafío de la representación
Una
investigación reciente de la Facultad de Comunicación confirma que el
tratamiento de las fuentes y el acceso a la información sigue siendo un
problema medular entre nosotros. De 636 noticias analizadas, el 43.4 por
ciento incluía una sola fuente, mientras que el 22.4 por ciento, dos
fuentes representativas del mismo enfoque editorial. La presencia de
diferentes puntos de vista se advirtió en apenas el seis por ciento de
las notas. Y, tan preocupante como el dato anterior, es que solo el 17.4
por ciento de ellas utilizó documentos, en contraste con el 77.4 por
ciento que se conformó con fuentes humanas.
Aspirar
a una cobertura del acontecer internacional que desconozca estos
antecedentes y prácticas sería como pedirle peras al olmo. Desde el
pasado 17 de diciembre hasta la fecha, Cuba y los Estados Unidos han
dialogado sobre un amplio espectro de temas, según las notas oficiales
emitidas por ambos gobiernos: la lucha contra el terrorismo, la
discusión sobre límites marítimos en el Golfo de México, el tratamiento
de epidemias; las acciones para enfrentar la emigración ilegal, el
contrabando de personas y el fraude de documentos; la conservación de
especies marinas, las estrategias para contener derrames de
hidrocarburos en el Estrecho de la Florida, la mitigación del cambio
climático… ¿Cuáles de ellos han sido abordados por nuestros medios? ¿Qué
otros géneros, además de las notas oficiales, hemos utilizado con mayor
frecuencia? ¿Cuántos expertos cubanos y norteamericanos han sido
entrevistados? Se habrán dado cuenta de que estas preguntas son más
retóricas que reales, porque la respuesta es bien conocida por
nosotros. No caeré, sin embargo, en la tentación de culpar a las
fuentes, ni mucho menos en la de culparnos a nosotros mismos. La madurez
de este gremio sabe, tras nueve congresos de la UPEC, que esa ruta
ayuda poco a entender el problema y dilucidar sus causas.
(…)
“Es
preciso que se sepa la verdad de los Estados Unidos –diría José Martí-.
Ni se debe exagerar sus faltas de propósito, por el prurito de negarles
toda virtud, ni se han de pregonar sus faltas como virtudes”.
Lo que
he llamado “el desafío de representación” tiene que ver entonces con
superar estereotipos y cuños que nos han representado históricamente en
el discurso público. Participar en política, fortalecer el espíritu de
la nación en torno a su presente y futuro, formar ciudadanos, implica
que pensemos y discutamos entre todos los dilemas de la actual
coyuntura, que recuperemos sin ingenuidades el imaginario simbólico de
nuestra Historia, que aprendamos la Historia antigua y contemporánea de
los propios Estados Unidos, su cultura política y que distingamos entre
su espíritu de libertad y de conquista.
2.- El desafío de la comunicación:
Tratarse como iguales no significa, como tantas veces se ha repetido, que los Estados Unidos
hayan renunciado a sus objetivos históricos respecto a Cuba. “Aprender
el arte de convivir en medio de nuestras diferencias” significa cimentar
y abonar un terreno donde el Imperio –entrenado vastamente en una
cultura de dominación- y la Isla- obligada a desplegar por más de
cincuenta años una cultura de resistencia- puedan dialogar de forma
civilizada y productiva.
Ahora
bien, que hayan cambiado los medios y las tácticas de conseguir los
mismos fines no es marginal, ni el alcance de esos métodos debería
subestimarse.
(…)
Es,
probablemente, la prueba más grande que haya enfrentado la
institucionalidad revolucionaria en las últimas décadas. La pequeña
isla, sometida y acosada históricamente por las políticas de bloqueo,
privada muchas veces de diálogo con instituciones financieras
internacionales, sumergida en el “vivir al día” para resolver
cotidianamente problemas de sobrevivencia, tiene que reaccionar ahora a
señales que provienen de todas partes, responder con agilidad
propuestas, ejecutar proyectos, enfrentar la sobreexcitación global sin
desconcertarse.
Es
difícil, lo sé, pero la alternativa no es –ni lo está siendo- esconder
la cabeza dentro de una concha de caracol. Ha llegado la hora de que el
capital humano, intelectual y cultural formado por la Revolución
demuestre sus potencialidades, afronte decisiones complejas, desate sus
iniciativas para ponerlas en diálogo con las nuevas circunstancias. La
avalancha no puede enfrentarse centralizadamente. No en todos los casos.
Y menos en la prensa, que tiene y tendrá cada vez más radios,
corresponsalías, periódicos comunitarios y redes sociales por todas
partes.
(…)
Hay que
construir el tejido social de nuestro proceso de cambios
comunicativamente y la institucionalidad revolucionaria debiera
asegurarse de que dispone de las estructuras, los recursos humanos y la
voluntad para garantizarlo. Luego de tantos años invisibles para las
trasnacionales mediáticas, deberíamos aprovechar el boom del interés
por Cuba, lo mismo en titulares de periódicos que en visitas de primeros
ministros, congresistas y personalidades de todo tipo, para dar a
conocer lo que somos y, sobre todo, lo que podríamos llegar a ser.
Estados
Unidos ha dicho, como también cabía esperar, que apoyará al sector
privado emergente dentro de la Isla. Y el gobierno cubano, por su parte,
ha reconocido las potencialidades de ese sector como fuente de
crecimiento económico. Que se visibilice, que utilice recursos de
comunicación para insertarse en el mercado, incluso que necesite la
publicidad para posicionarse en un ambiente de creciente competencia, no
debiera extrañarnos.
(…)
El
Estado tiene el desafío de ser eficiente, y el sistema comunicativo de
la Revolución tiene el deber de acompañarlo en ese propósito. Pero si no
hay voceros en los ministerios y otras entidades, si las estrategias de
comunicación no se convierten en instrumentos de aplicación práctica
cotidiana, si los funcionarios no se entienden a sí mismos como
servidores públicos y carecen de entrenamiento para enfrentarse a
cámaras, grabadoras y micrófonos, el camino de mostrar la sostenibilidad
y prosperidad de nuestro socialismo se hará más empedrado y difícil.
3. Un problema de interacción.
No es
novedad decir que se ha transformado estructuralmente el espacio público
cubano. El modelo mediocéntrico, que caracterizó a nivel global la
producción y distribución de formas simbólicas, es ya historia. No digo
que los medios no tengan importancia. Lo que quiero decir es que se
insertan ahora dentro de un ecosistema más desestructurado y complejo,
donde las jerarquías se diluyen. Si en 1980 visibilizar los efectos de
un huracán dependía de las cámaras de la televisión o las fotografías de
un periódico, hoy los celulares, las redes sociales, el paquete semanal
pueden cumplir potencialmente los mismos propósitos.
(…)
Cualquiera
de nosotros podría, al analizar estos temas, llamar la atención sobre
las dimensiones de la encrucijada cultural en la que estamos. (…)
Por más
que nos pese, este es el mundo en que vivimos y el Paquete Semanal, aún
en medio de las singularidades del contexto cubano, se parece mucho a
lo que Direct TV ofrece a millones de espectadores en todas partes, que
no paran de hacer zapping frente a cientos de ofertas audiovisuales
simultáneas. La televisión a la carta es una tendencia irreversible e
imparable del escenario comunicativo contemporáneo. Y la reacción frente
a ella no puede ser la censura, ni los ojos ciegos, ni los oídos
sordos.
Lo que
en realidad debiera preocuparnos es que nuestros centros de enseñanza no
dispongan aún de programas de recepción crítica frente a la televisión,
que la crisis de valores desestructure los mecanismos sociales
disponibles para discernir lo ético de lo que no lo es, que los medios
reproduzcan impunemente la misma banalidad y norteamericanización que le
cuestionamos al Paquete, que la crítica a todo lo anterior no siempre
cristalice en un potente movimiento cívico, de defensa de la cultura de
la nación.
(…) Entendamos de una vez que se puede tener la prensa y no tener la comunicación.
4. Un desafío de gestión.
Si me
preguntaran una de las prioridades que la subversión ideológica adoptará
en las nuevas condiciones, afirmaría que es cavar un abismo entre la
capacidad de creación e innovación del pueblo cubano, y la supuesta
intransigencia de sus instituciones.
Como
sugerí antes, no nos asombremos de que el adversario apueste a
contrastar las formas de gestión no estatal con las públicas, que
intente enfrentarlas, o presentarlas en el imaginario social como dos
polos opuestos: de un lado, presuntamente, la modernidad, el
emprendimiento, la habilidad para desatar hasta el infinito las fuerzas
productivas. De otro, una imagen de inercia, lentitud y burocracia por
parte de los aparatos del Estado.
(…)
Dentro
de este contexto, resulta decisivo que se respire un ambiente de
innovación en la prensa cubana, que aprendamos con urgencia sobre
economía de medios y formas novedosas de gestión para hacerlos
sostenibles, que retengamos a los mejores recursos humanos y a cientos
de jóvenes talentosos, portadores del espíritu de renovación; que
habilitemos las condiciones objetivas y subjetivas para sacudir a los
mediocres y premiar a los más consagrados.
Es un
hecho que, en algunos casos, las audiencias caen como de un despeñadero o
se desplazan desde los medios tradicionales hacia otras plataformas de
comunicación más atractivas y dinámicas. Lo anterior debería
preocuparnos y obligarnos a evaluar soluciones puntuales, sin esperar a
una transformación general del sistema comunicativo. Hay que concentrar
los mayores recursos donde más frutos rindan. Como mismo chequeamos con
sistematicidad los lineamientos de la política económica –y generamos en
torno a ellos propuestas experimentales-, deberíamos intentar llegar a
la II Conferencia del Partido con experimentos sòlidos y consistentes,
que se constituyan para nuestros medios en locomotoras del cambio.
En las
aulas de nuestras universidades, y en la experiencia acumulada por los
medios revolucionarios está la arcilla para modelar la nueva prensa. Hay
cientos de jóvenes periodistas, con sólida formación académica y
modernas habilidades profesionales, dispuestos a fundar. No es
incomprensiones y trabas burocráticas lo que ellos buscan, sino libertad
de creación, ambientes innovadores, oídos abiertos a formulaciones
osadas, iniciativas que los hagan crecer y no desmovilizarse
profesionalmente. En todo caso, es lo mismo que buscábamos nosotros en
otra época y en otras circunstancias, cuando teníamos 20 años.
5. El desafío de la construcción de nuevos consensos
Desde
el pasado diciembre, y más recientemente a propósito del anuncio de la
apertura de embajadas en ambos países, los presidentes Raúl Castro y
Barack Obama han dado muestras ejemplares de que es posible entenderse y
dialogar. En su misiva al mandatario cubano, Obama invocó términos como
“relaciones respetuosas y cooperativas” y ratificó principios de la
Carta de Naciones Unidas como “igualdad soberana”, “respeto por la
integridad territorial e independencia política de los Estados” y “no
injerencia en los asuntos internos”. Hemos tenido que esperar 113 años y
recorrer una larga ruta de independencia para desterrar el espíritu
plattista de las declaraciones de un gobernante norteamericano. Si la
política necesita del discurso para expresarse y hacerse entender, el
próximo 20 de julio estaremos abriendo no solo embajadas, sino también
una nueva dimensión comunicativa.
Le toca
a la prensa en el nuevo contexto encontrar los tonos apropiados para
cada momento, ecualizar el lenguaje, profundizar en los argumentos de
acuerdo con la complejidad de las circunstancias. Recuperar la
iniciativa del debate y la policromía del discurso público. No es una
prioridad solo para la nueva era en las relaciones Cuba-Estados Unidos,
sino también para el fortalecimiento permanente del consenso nacional.
(…)
Estos tiempos no son los años 60, ni Cuba es el país de analfabetos que
registró el último censo previo al triunfo de la Revolución. Si algo
produjeron las últimas cinco décadas fueron hombres y mujeres pensantes,
jóvenes informados, ciudadanos capaces. Todos ellos forman parte del
presente y el futuro de la República, y ninguna de sus críticas debiera
ser motivo de exclusión. En todo caso, fue la Revolución la que les
aseguró el derecho de pensar con cabeza propia y expresar sus
convicciones.
(…)
Ahora que los Estados Unidos no estarán solo a 90 millas, sino,
probablemente, en opulentos aviones de American Airlines posados en
nuestros aeropuertos, o en lujosos ferrys con sus narices asomadas al
Puerto de La Habana, ninguna escaramuza de coyuntura debiera ser más
fuerte que la unidad nacional. Y aunque parezca paradójico, la unidad
nacional será más sólida mientras más flexibles y abiertos a la
diferencia resulten los límites de la cultura política compartida. (…)
(…)
Este pueblo terco y perseverante que somos los cubanos está entrenado
en dar la pelea. Casi doscientos años de lucha por el camino de la
independencia nos han hecho llegar hasta aquí y vivir la expectativa de
los días que corren. Por nosotros, por nuestros hijos, por Cuba, nos
toca ahora, con prudencia y al mismo tiempo con osadía, asumir los
riesgos.
*Fragmentos de la
ponencia presentada por Raúl Garcés durante el IV Pleno Ampliado del Comité Nacional de la Upec, la cual propició
el debate entre los asistentes de todas las provincias del país.
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