“¡Estoy en contra de la intervención militar!”, afirma una narrativa estadounidense como pretexto ante una declaración sobre Venezuela. Tal “negativa” consuela las conciencias liberales y se esfuerza por mantener las deseables −pero cada vez más ilusorias− credenciales del “progresismo” académico, periodístico y político de los Estados Unidos. Eso nada tiene que ver con el anunciado gesto de Noruega para buscar una solución diplomática.
Esa narrativa “pacifista” tiene
origen en los proprios belicistas de Washington. El 1º de mayo, por ejemplo,
Mike Pompeo, el Secretario de Estado, uno de los principales arquitectos de la
palabrería “pacifista”, junto a Bolton y Trump, declaró que “es posible la
acción militar. Si se requiere, Estados Unidos lo hará. Tratamos de hacer todo
lo posible para evitar la violencia. Preferiríamos una transición pacífica de
gobierno”.
Tan sólo por una razón Estados Unidos
no ha implementado la opción militar hasta ahora. No es por cualquier reparo a
la invasión militar de otro país. Es por el fracaso de su intento de romper la
alianza cívico-militar, ruptura que sería la condición previa necesaria para la
opción militar en el momento.
Para Washington, la guerra económica
siempre ha estado sobre la mesa y ha sido aplicada ferozmente. Luego de la
elección de Maduro en 2013 tras de la muerte de Chávez, Estados Unidos provocó
y apoyó una violenta oposición contra esa legítima elección, como pretexto para
que la legislación del presidente Obama hacia Venezuela pudiese sancionar a
individuos de la República Bolivariana como castigo económico, buscando así
crear obstáculos a los funcionarios chavistas y a miembros del Estado.
En marzo de 2015 Obama endureció esta
política al declarar a Venezuela una “amenaza para la seguridad nacional de
Estados Unidos”, abriendo así la puerta a sanciones individuales adicionales.
Trump amplió las sanciones económicas hacia sanciones colectivas y la plena guerra
económica. Como lo señaló el escritor y académico internacional Vija y Prashad,
influyente en la izquierda estadounidense: “Obama forjó la lanza; Trump la
lanzó al corazón de Venezuela”.
La guerra económica dirigida por
Trump contra Venezuela golpea especialmente la industria petrolera. Según un
estudio publicado en Estados Unidos en mayo de 2019 por los destacados
economistas estadounidenses, Mark Weisbrot y Jeffrey Sachs, éstas y otras
sanciones económicas “han infligido y progresivamente infligen daños muy graves
a la vida y a la salud humanas, incluidas más de 40.000 muertes entre 2017 y
2018. Tales sanciones encajarían en la definición de castigo colectivo de la
población civil, tal como se describe en las convenciones internacionales de
Ginebra y La Haya, de las cuales Estados Unidos es signatario.”
La guerra contra Venezuela incluye
además tres sabotajes a la red eléctrica durante el mes de marzo de 2019.
Además, tuvieron lugar tres intentos de golpe de Estado, entre el 23 de enero y
el 30 de abril, junto con múltiples y amplias acciones de oposición contra los
intentos por adherentes al chavismo que defienden la revolución en las calles.
Es posible imaginar cómo estas acciones de masa afectan la ya golpeada economía
y el funcionamiento de lo que ha llegado a ser una vida muy difícil.
La guerra mediática liderada por
Estados Unidos contra Maduro, el chavismo y sus partidarios, es además uno de
las más feroces de la historia reciente.
El 16 de mayo, tras un mes de
enfrentamientos físicos, la administración Trump ordenó a la policía invadirla
Embajada de Venezuela en Washington, mientras los “pacifistas” mantuvieron
silencio acerca de esta guerra en la misma ciudad donde viven y trabajan muchos
de ellos.
¿Qué viene luego de la narrativa “pacifista” en oposición a una eventual
intervención militar y a favor de una “transición pacífica”, a la vez que
mantienen silencio acerca de la actual guerra multifacética?
La narrativa liderada por Estados
Unidos para restringir la oposición a su política hacia Venezuela
exclusivamente a los estrechos confines de una intervención militar, mientras
ignora por completo la guerra contra Venezuela, sólo sirve para ganar tiempo.
Su objetivo es provocar una implosión en Venezuela con el fin de tomar el
control, sin jamás haber puesto una bota en suelo venezolano. ¿Es esta la nueva
guerra? De serlo, no es tan nueva. ¿No fue este su objetivo en 1960, por medio
del bloqueo contra Cuba, buscando generar “el desencanto y el desaliento
basados en la insatisfacción y en las dificultades económicas”, para provocar
la revuelta del pueblo contra el gobierno?
Estados Unidos no aprende de la historia.
*Arnold August lives in Montreal, Canada.
Author/journalist/lecturer. Cuba specialist.
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