Este 11 de junio los cuadriláteros del mundo cambiaron sus
colores habituales. Un gran campeón dejó el mundo de
los mortales, para instalarse definitivamente en el Olimpo.
Los encerados visten de luto por la desaparición física de Teófilo
Stevenson, quien con la fuerza sus puños
y desplazamientos elegantes conquistó la eternidad.
El muchacho de Delicias, se erigió
en símbolo del boxeo cubano y universal. Además de su pegada prodigiosa, el
pugilista poseía una técnica envidiable, manejaba las distancias y sabía cómo
emplear ambas manos para hacer más efectivas las combinaciones.Para mí, que tuve el inmenso placer de verlo pelear desde
que apenas era una niña en edad preescolar, es el mejor superpesado de todos
los tiempos. Y nunca dudé que hubiese sido el gran triunfador en la frustrada Pelea del Siglo.
Poseedor de tres títulos olímpicos e igual cantidad de
coronas mundiales, Teófilo nunca perdió esa naturalidad y simpatía típicas del oriental. Su sonrisa
franca, era uno de los distintivos de su personalidad, tan sencilla como sus
orígenes. Nadie en Cuba olvidará su rechazo a los millones de dólares que jamás podrían compensar el amor de 11 millones de cubanos.
Londres no podrá contar con la presencia de una de las mayores leyendas del pugilismo olímpico.
Sin embargo, su espíritu se paseará desde la estación del metro que ostentará
su nombre hasta la sede del torneo de boxeo. Allí, en su esquina estará de pie el gran Campeón, su corazón volverá latir en cada pelea de un púgil cubano. Una vez más será llamado al centro del cuadrilátero, y será proclamada su victoria -por nocao- sobre la muerte.
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