Pocas cosas hay en este mundo que yo deteste como a los carnavales. Sí, no se asombre, acaba de leer que yo detesto esos cuatro o cinco días que mucha gente espera con ansias durante todo el año.
Carnavales, para mí, son sinónimo de gentío, borrachera, bulla, churre, malos olores, con la consiguiente exacerbación de las más bajas pasiones del ser humano.
El muy ensalsado "rumbón mayor", como lo llaman muchos, no es más que el perfecto caldo de cultivo para el incremento de los delitos, ilegalidades e indisciplinas que tanto han contaminado la sociedad cubana contemporánea.
Con el pretexto de que "estamos en carnaval", las personas le dan vía libre al desenfreno: hacen sus necesidades en la vía pública, portales, pasos de edificios; las calles se llenan de desechos, y si llueve -como es tradición en Las Tunas- pasan varios días antes que el vaho pestilente abandone la ciudad.
A esto, añada el aumento de los robos, estafas, alteraciones en los precios; porque a río revuelto, ganacia de pescadores...y de algún lugar hay que sacar el dinero para fiestar.
Y lo peor. las personas se trastocan en poco menos que fieras, proliferan las riñas, y pocos son los años, desde que tengo memoria, en los que la palabra carnaval no se ha convertido en sinónimo de violación, puñalada, machetazo, y muerte.
Y que nadie venga a decirme que las ventas durante esos días son capaces de insuflarle un poco de aliento a la economía. Tuve un padre contador, que trabajó años y años en los festejos, y casi siempre -por no ser absoluta- las cuentas finales reflejaban pérdidas.
Habrá quien diga que exagero en vilipendios, quela gente tiene derecho a divertirse. Les reto a vivir en mi casa durante el carnaval tunero, justo en el Tanque de Buena Vista, una de las áreas más concurridas, y más problemáticas también.
Les reto a tratar de caminar entre "los cachivaches" montados justo en medio de la calle. O a tratar de ver un programa de televisión y no quedarse sordo, o -simplemente- tratar de dormir un poco, entre la gritería de la gente y las tres o cuatro músicas diferentes, muy por encima de los decibeles recomendables al oído humano durante las 24 horas del día.
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