lunes, 1 de agosto de 2016

Estado, pueblo y medios de comunicación: ¿nos entregamos?

Por Iroel Sánchez

El 15 de abril del 2009 el Jefe de la entonces Sección de Intereses de Estados Unidos en Cuba escribía en un cable que luego reveló Wikileaks “es improbable que el movimiento tradicional de disidentes reemplace al Go­bierno cubano”, añadiendo que “blogueros, músicos y artistas plásticos, no pertenecen a organizaciones de disidentes”, y adoptan “mucho mejor, posiciones rebeldes de gran impacto”.


Pero los nombres escogidos aparecían en las propias revelaciones de Wikileaks y en los reportajes de la agencia Associated Press que vinieron después, se desacreditaba así el nue­vo proyecto y se perdía lo más importante para su eficacia: la conexión con la sociedad cubana.

Sacar a alguien de Cuba, prepararlo, asignarle un financiamiento no proveniente directamente del gobierno de EE.UU., declarar transparencia en el origen y uso del dinero y proclamar preocupación por asuntos ciudadanos como el derecho a la información y los problemas de la comunidad insuficientemente atendidos por instituciones gubernamentales, organizaciones de masas y la prensa cubana, era el procedimiento; pero se necesitaban nombres sin pasado contrarrevolucionario y si estaban conectados con la academia, los medios de comunicación y la naciente comunidad de blogueros cubanos, mejor.

Cuba creó una plataforma nacional gratuita para blogs pero entonces, o tal vez por eso mis­mo, ya los blogs no interesaban y, oh ca­sualidad, tomaron auge los medios de co­mu­nicación privados, recogiendo las inconformidades de nuestra prensa, pagando lo que no pagamos y ocupando los vacíos que dejamos. Y el dinero hace maravillas: Quien en un medio cubano homenajeaba al Che, poco después lo irrespetaba allí donde pagan mejor.

Además, de acuerdo con las nuevas realidades, el dinero gubernamental se ramifica y terceriza de manera que es cada vez más difícil saber quién está detrás. El Departamento de Estado de Estados Unidos anunció el 24 de diciembre del 2014 —exactamente una semana después de los acuerdos del 17D entre los gobiernos de Cuba y EE.UU.— que estaba buscando organizaciones estadounidenses o basadas en el extranjero interesadas en programas que “promuevan los derechos civiles, políticos y laborales en Cuba” para adjudicarles hasta $ 11 millones en subvenciones que van desde $ 500 000 a $ dos millones cada una, declarando que daría prioridad a las propuestas que “hagan hincapié en el papel de los interlocutores cubanos en el desarrollo y el logro de los objetivos programáticos”. Las actividades a financiar abarcan “capacitaciones, becas de corta duración, o de compromiso”, no en la misión diplomática de Washington en La Ha­bana sino en otros países, incluyendo EE.UU.

En el mundo entero la prensa privada es unánime a la hora de juzgar a Cuba y señalarnos el camino que debemos tomar, es unánime cuando se enfrenta como un solo partido político a los procesos progresistas en 

Amé­rica Latina y es unánime en coincidir con las estrategias de Estados Unidos en la región pero —va­ya paradoja— se nos dice que tenemos que tener prensa privada para ser plurales. Y si preguntas dónde la prensa privada (o peor, la gubernamental que se concentra exclusivamente en nosotros desde medios públicos de EE.UU. y Europa), defiende a los de abajo, dónde da voz a los sindicalistas y los desempleados, entonces eres extremista. Resulta que el extremo estaría no en la minoría que controla todo eso o en quien le sirve pidiendo “una purga calcinante” de los últimos 60 años de nuestra historia en el mejor estilo de los “tres días para matar”, sino en quienes lo denuncian.

Así se trate de medios gubernamentales con divisiones especiales dedicadas a la Isla, o de medios privados con gestores instalados al interior del país, la línea editorial que ocupa el centro de la prensa construida desde el exterior para conducir a Cuba al capitalismo es exhibir el éxito del individualismo frente al fracaso de lo colectivo. Pero para nuestros inteligentes consejeros eso no es propaganda.

En su vista panorámica de la autopista del capital no aparecen quienes se arrastran por sus márgenes, pero es más atractiva si junto al triunfador individual —“emprendedor” o emigrado— se colocan en primer plano los baches en el proyecto colectivo. Claro está, sin decir cuántos son fruto de las minas sembradas allí por quienes les pagan a quienes escriben el encargo.

Que se haga a través de la seducción ­mer­cantil no lo hace menos propaganda que la indicación explícita. Ya se sabe que para la CIA la “forma de propaganda más efectiva” es aquella en que el individuo actúa en la dirección en que se espera, por razones que cree son las suyas propias. En cuanto al uso de la censura, sobran los testimonios de que allí cuecen habas, pero es cierto que cuando manda el dinero hace menos falta porque como dijo el fundador del neoliberalismo, Milton Friedman:

“Cuanto más amplio sea el uso del mercado, menor será el número de cuestiones en las que se requieren decisiones expresamente políticas y, por tanto, en las que es necesario alcanzar un acuerdo”.

Mucho tiene que cambiar nuestra prensa para ser el instrumento de control popular, participación ciudadana y crecimiento espiritual que Cuba necesita y para aprovechar en ella todo el potencial de nuestros jóvenes periodistas y nuestros intelectuales, pero no es con la ayuda interesada de quienes han convertido a Noam Chomsky en un desconocido en su propio país y con su persecución llevaron a la muerte al joven activista por el libre acceso a la información Aaron Swartz, que lo lograremos.

¿O es gratuito que en esta estrategia esos medios promotores de la restauración capitalista coincidan con el planteamiento explícito del presidente Barack Obama en su visita a La Habana oponiendo el pueblo y el estado cubano, y atacando al Partido Comunista como garantía de ese poder? ¿Ha dejado alguna vez el estado revolucionario de luchar en beneficio de los intereses del pueblo cubano? ¿No es estatal la política de un medio privado que sirve a la estrategia de un estado extran­je­ro? ¿No son precisamente los que se han opuesto históricamente a los intereses de nues­tro pueblo los que necesitan, y financian, una prensa hostil a nuestro estado?

Si alguna duda hay de qué lado está cada cual, que se revise qué postura adoptaron unánimemente esos espacios cuando el estado, para proteger la alimentación del pueblo, adoptó medidas para detener la especulación con los precios de los alimentos.

Cómo se relacionan estado, Partido y me­dios de comunicación en el socialismo para servir mejor al pueblo y vencer en la lucha ideo­lógica frente al capitalismo es una cuestión no resuelta y donde se han cometido no pocos errores en muchas latitudes. Lejos estamos de haber hecho realidad lo planteado por Fidel en 1977 cuando expresó:

“En nuestro concepto, los periódicos y los medios masivos de divulgación pertenecen al pueblo. Y debe existir la más amplia libertad para que el pueblo utilice esos medios en favor de los intereses de la causa, en la crítica dura contra todo lo que esté mal hecho. Creo que mientras más crítica exista dentro del socialismo, eso es lo mejor…”

Pero el estado socialista al que aspiramos, cada vez más democrático y popular, y cuyo diseño discuten ahora mismo cientos de miles de cubanos en total libertad no es el problema, sino que puede ser la única solución para alcanzarlo. El gran periodista argentino Víctor Hugo Morales, que ha sufrido la censura, la persecución y el acoso de los medios privados en su país lo explica con claridad:

“El problema más serio de la democracia es la influencia de los medios de comunicación convertidos en partidos políticos, escudados en la libertad de expresión como un bien que está por arriba de todos los demás. La libertad real es la que está comprometida cuando los medios concentrados asfixian ese ideal.

“De todas las corporaciones es la más poderosa, porque se ubica al frente de ese ejército que combate al Estado como si este fuese el causante de los males, y no su remedio, o por lo menos, un paliativo dentro de este mundo rendido a los pies del capitalismo. Solo el Estado puede regularlo y adecentar la derrota de las mayorías, porque hace más grande y más profunda la discusión política.

“Fuera del Estado, para los más vulnerables no hay mundo, no hay dignidad, no hay nada que valga la pena. Y la guerra enmascarada en los valores de la libertad de expresión es impiadosa, constante, cruel y mentirosa. Sin Estado no hay democracia, porque es el que puede arbitrar en la despareja relación de las fuerzas en pugna”.


En esa guerra, donde nos jugamos el destino como Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, no tenemos derecho a entregar las armas de la comunicación a los ricos, por los ricos y para los ricos que son en definitiva quienes ya las controlan en la mayor parte del planeta.

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