Mi abuelo era un tipo duro, de esos de los que la gente respeta, pero no por ser el más macho ni el más conflictivo, sino por ser el más sacrificado, el más trabajador y, bueno, también porque era muy serio y para ser sincera, a veces se ponía de malas pulgas, sobre todo con lo mal hecho.
Pero mi abuelo era capaz de pasarse las noches enteras arrullándome o –dándome balance- como dicen en oriente, cuando yo, la pequeña niña no me quería dormir. Pero también, era de los que me caía atrás, con una chancleta por toda la casa porque me pasaba dos horas en el baño en la bobería y gastaba toda el agua de los tanques, nada, cosas de guajiro, pero era solo eso, no pasaba de un simple susto, porque aunque era un tipo duro, tenía un corazón inmenso, que mi abuela, que era todo amor, ayudo a endulzar con el paso de los años.
Pero lo que más me gustaba de mi abuelo, era su imaginación. Esa capacidad mágica para convertir un plato de congris en plena noche de apagón de 1995, en un manjar de los Dioses.
El caso es que para esa fecha, ya hacía 5 años que se había derrumbado el campo socialista, la economía cubana había tocado fondo desde el 93, los apagones estaban a la orden del día y pa encontrar comida había que ser mago. Todo por culpa de los vecinos del norte que nos tenían bloqueados desde la década del 60.
Yo, niña ingenua, de 5 añitos apenas, con hambre y dando lata, y mi mamá con lágrimas en los ojos solo podía llevar a la mesa un plato de congris. ¡Tiempos duros aquellos!, pero la gente como mi abuelo, de los que van pa lante, no se amilanaba. -Arriba neni, que vamos a comer- y comenzaba a poner la mesa y sacar platos, y con el único lleno que había, decía, a ver, imagínese que en este plato hay bisteces y en este hay platanito frito y por aquí unos tomates y por supuesto el dulce que no puede faltar…, y así comenzaba a hacerme cuentos y a darme toda aquella cantidad de comida y yo feliz, comiendo hasta la saciedad, repleta.
Y mi mamá lo miraba con ojos llenos de amor, dándole gracias a su Virgen de la Caridad porque, por lo menos hoy, habíamos comido un manjar de los Dioses y todo gracias a mi abuelo.
Por él y por mi madre, me forjé guerrillera, por recordar esos tiempos y por los de hoy, me volví antiimperialista, me leí a Martí, a Fidel y tantos otros… y aprendí que para hacer una gran revolución como la nuestra… no importan los apagones, ni el período especial, ni la gente floja, ni los que se venden por un majar, lo que importa es que haya gente como mi abuelo… ¡dura!, pero con un corazón inmenso y con una gran imaginación y por supuesto, con agallas pa hacer sueños realidad y echar pa lante.
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