jueves, 30 de junio de 2016

Un viaje sin control

Por Zoila Pérez Navarro - Tomado de 26Digital -

Fue un verano. El último antes de empezar a trabajar. No más vacaciones de dos meses, se dijo Damián y se prometió disfrutar sin ambages cada día de julio y agosto. Ahora tiene mil reproches al joven que fue entonces. Aquel con un futuro promisorio en la Informática, el mejor de su graduación, casi tira todo por la borda en busca del ocio.


Se fue de campismo con "la gente de siempre", sus compañeros de cinco años de estudio. Pero quería un momento especial y de pronto le pareció ridícula la guitarra de siempre y aburridas las mismas historias. Allí había un grupo más "divertido". Sus fiestas duraban todo el día, no tenían sentido del volumen ni las reglas. Se acercó a esos otros.

Viajaban, le explicaron, sin salir de la cabaña. Estaban en el mismo lugar, mas lo veían todo más colorido, perdían las inhibiciones, los miedos, el estrés. Les servían como pasaporte unos extraños cigarrillos o pastillas con alcohol. Podía unírseles.

Antes de "la invitación", Damián había probado unos cuantos tipos de bebida y un par de veces la dosis lo hizo ver el mundo dar vueltas, reírse más de la cuenta y "devolver" todo el contenido de su estómago. Tras aceptarla, sus borracheras le parecieron insignificantes.

Perdió el sentido del tiempo y el espacio. La música parecía sonarle dentro y dio rienda suelta a su cuerpo, aunque apenas había bailado antes. Una de las chicas le enseñó. Ella misma propuso un juego en el que el perdedor se quitaba la ropa. Y él no ganó ni una sola vez. Después... sus memorias son muy vagas. Sabe que tuvo sexo, primero con ella, luego con alguien más. En algún momento se acostó a dormir. Se levantó todavía mareado, muy desorientado, en una habitación hedionda llena de gente desaliñada y desconocida.

Limpió. Nadie notó el cambio. Cuando despertaron reinició la celebración. Otra vez "viajaron" juntos. Otra vez volvió a perder el sentido de los límites, y se entregó a los placeres. Otra vez abrió los ojos en aquel chiquero y ahora ya no le importó. Cuando sus colegas fueron a buscarlo para regresar juntos se alarmaron de solo verlo, le advirtieron y los echó de allí a gritos. Quería experimentar un par de veces más.

El último día nadie le dio datos para ser contactado y a Damián le pareció bien. En su nueva vida, en su futuro profesional, no pegaba gente así. Gente como lo que él había sido solo temporalmente.

De vuelta a casa todo volvió a su sitio. Llamó a sus colegas de la Universidad, que lo perdonaron, y en septiembre empezó a trabajar. En la oficina conoció a Mariana y se enamoraron. Cuando empezaron a pensar en bebés y el doctor mandó análisis descubrió el verdadero precio de su "viajes".

Él, que se había pensado inmune al abismo de los toxicómanos por no recaer, descubrió que durante aquellas noches locas alguien le había contagiado el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH). Mariana no se sintió capaz de seguir con él. Damián no la culpa.

De la lección aprendida él habla mejor que cualquier psicólogo. En sus ojos hay latente un sufrimiento que sus palabras describen cruda y sinceramente. "Pon mi consejo al final", pide, y sé que su historia no podía escribirse de otra manera:


"Fui ingenuo, estúpido. No pensé en las consecuencias ni antes, ni durante, ni después de aquella 'aventura'. Creí que había escapado. Hoy sé que nadie que consuma alguna droga sale totalmente ileso. Hasta tuve la tentación de curar mi dolor con otro 'viaje', pero ya perdí demasiado; incluso, por ratos, me perdí yo mismo. Mi vida no está destrozada, todavía puedo cumplir sueños, pero dejé escapar tantos... Es mejor no dejarse convencer nunca. Quien te hace una invitación como esa está atentando contra ti. ¿Para qué quieres un viaje del que no tienes ningún control?"

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