Fue un verano. El último antes de empezar a trabajar. No más
vacaciones de dos meses, se dijo Damián y se prometió disfrutar sin ambages
cada día de julio y agosto. Ahora tiene mil reproches al joven que fue
entonces. Aquel con un futuro promisorio en la Informática, el mejor de su
graduación, casi tira todo por la borda en busca del ocio.
Se fue de campismo con "la gente de siempre", sus
compañeros de cinco años de estudio. Pero quería un momento especial y de
pronto le pareció ridícula la guitarra de siempre y aburridas las mismas
historias. Allí había un grupo más "divertido". Sus fiestas duraban
todo el día, no tenían sentido del volumen ni las reglas. Se acercó a esos
otros.
Viajaban, le explicaron, sin salir de la cabaña. Estaban en
el mismo lugar, mas lo veían todo más colorido, perdían las inhibiciones, los
miedos, el estrés. Les servían como pasaporte unos extraños cigarrillos o
pastillas con alcohol. Podía unírseles.
Antes de "la invitación", Damián había probado
unos cuantos tipos de bebida y un par de veces la dosis lo hizo ver el mundo
dar vueltas, reírse más de la cuenta y "devolver" todo el contenido
de su estómago. Tras aceptarla, sus borracheras le parecieron insignificantes.
Perdió el sentido del tiempo y el espacio. La música parecía
sonarle dentro y dio rienda suelta a su cuerpo, aunque apenas había bailado
antes. Una de las chicas le enseñó. Ella misma propuso un juego en el que el
perdedor se quitaba la ropa. Y él no ganó ni una sola vez. Después... sus
memorias son muy vagas. Sabe que tuvo sexo, primero con ella, luego con alguien
más. En algún momento se acostó a dormir. Se levantó todavía mareado, muy
desorientado, en una habitación hedionda llena de gente desaliñada y
desconocida.
Limpió. Nadie notó el cambio. Cuando despertaron reinició la
celebración. Otra vez "viajaron" juntos. Otra vez volvió a perder el
sentido de los límites, y se entregó a los placeres. Otra vez abrió los ojos en
aquel chiquero y ahora ya no le importó. Cuando sus colegas fueron a buscarlo
para regresar juntos se alarmaron de solo verlo, le advirtieron y los echó de
allí a gritos. Quería experimentar un par de veces más.
El último día nadie le dio datos para ser contactado y a
Damián le pareció bien. En su nueva vida, en su futuro profesional, no pegaba
gente así. Gente como lo que él había sido solo temporalmente.
De vuelta a casa todo volvió a su sitio. Llamó a sus colegas
de la Universidad, que lo perdonaron, y en septiembre empezó a trabajar. En la
oficina conoció a Mariana y se enamoraron. Cuando empezaron a pensar en bebés y
el doctor mandó análisis descubrió el verdadero precio de su
"viajes".
Él, que se había pensado inmune al abismo de los toxicómanos
por no recaer, descubrió que durante aquellas noches locas alguien le había
contagiado el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH). Mariana no se sintió
capaz de seguir con él. Damián no la culpa.
De la lección aprendida él habla mejor que cualquier
psicólogo. En sus ojos hay latente un sufrimiento que sus palabras describen
cruda y sinceramente. "Pon mi consejo al final", pide, y sé que su
historia no podía escribirse de otra manera:
"Fui ingenuo, estúpido. No pensé en las consecuencias
ni antes, ni durante, ni después de aquella 'aventura'. Creí que había
escapado. Hoy sé que nadie que consuma alguna droga sale totalmente ileso.
Hasta tuve la tentación de curar mi dolor con otro 'viaje', pero ya perdí
demasiado; incluso, por ratos, me perdí yo mismo. Mi vida no está destrozada,
todavía puedo cumplir sueños, pero dejé escapar tantos... Es mejor no dejarse
convencer nunca. Quien te hace una invitación como esa está atentando contra
ti. ¿Para qué quieres un viaje del que no tienes ningún control?"
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