Hoy es lunes. Pero no uno cualquiera. Es el primer lunes de septiembre, y empieza en Cuba un nuevo curso escolar.
Hoy todo el mundo intenta madrugar. Desde temprano las calles vuelven a llenarse de los colores de los uniformes escolares. Y los centros educaciones, desde los círculos infantiles hasta las universidades, recobran su agitado palpitar, tras el descanso veraniego.
Yo, en particular, adoro el fin de semana que antecede el comienzo del período escolar.
Es verdad que son días de atareo, arreglando los últimos detalles de uniformes, comprando mochilas, bolsas para merienda, y otras misceláneas, forrando libretas y libros. Pero cada mínimo esfuerzo vale la pena, y es la mayor de las recompensas ver a los hijos propios, los de los vecinos y amigos, saliendo con mucha antelación, para llegar bien puntuales.
Se añora la época en la que uno participaba de esta fiesta como estudiante. Se siente también la satisfacción de ver a los muchachos y muchachitas crecer, no sólo física, sino espiritualmente.
Bienvenido una vez más el curso escolar. Puede que aquí o allá falte algún detalle. Pero lo esencial ya está en cada aula, y los maestros y profesores están listos para, tiza en ristre, llevar a cada estudiante la luz del conocimiento.
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