Por Reydel Reyes Torres - Reblogueado desde La pupila insomne -
La estrategia
subversiva contra Cuba “cambia de tono”. La actual administración
estadounidense, sus aliados ideológicos y los centenares de institutos,
agencias, organizaciones y emisarios que se empeñan en desestabilizar el
sistema socialista en la Isla, intentan promover nuevas fórmulas, una vez que
quedaron atrás los desgastados planes y experimentos de diez inquilinos de la
Casa Blanca, quienes lo probaron todo y nada les funcionó. Por eso pretenden
mover los patrones de la ideología revolucionaria del pueblo cubano hacia otra
tendencia, el “centrismo ideológico”. Académicos también lo llaman
contrarrevolución “no confrontacional”.
El catedrático español Mariano Torcal Loriente[1], quien es
considerado un experto en temas relacionados con el comportamiento político y
electoral, ha realizado estudios acerca del significado y el contenido del
centro ideológico en España, donde tradicionalmente partidos políticos se
disputan el poder desde un extremo u otro. Este académico hace referencia a
numerosas investigaciones que abordan temáticas asociadas a la relación
izquierda-derecha; mientras otros análisis aluden al “centro ideológico” como
un espacio de “no actitudes”, es decir, una opción elegida por individuos de
escasos conocimientos políticos que encuentran fácil refugio en esas
posiciones.
Algunos consideran que es un espacio de baja intensidad
ideológica y de neutralidad en las preferencias políticas. Se ha llegado a
señalar que esa posición ha constituido un refugio natural al creciente proceso
de pérdida de interés por los conceptos izquierda-derecha. Es decir, al carecer
de significado esas dos tendencias, los ciudadanos han decidido optar por el
“centro” antes que dejar de ubicarse en alguna escala de ambos bandos. Lo
cierto es que ese “medio” consiste en una “posición cómoda” para el que no
quiere definirse ideológicamente. Prefiere ocultarse en la ambivalencia con el
objetivo de no “determinarse” políticamente y lanzarse con transparencia a la
batalla ideológica.
Esas tendencias, que han evolucionado a lo largo de los años
en países practicantes de lo que denominan formas de gobierno democrático, se
pretenden introducir en la conciencia del pueblo cubano. Muy sutilmente, a
través de proyectos subversivos o como parte de la guerra cultural e ideológica
que se nos trata de imponer. Una guerra que muchos teóricos del orbe denominan
“guerra silenciosa”, porque va lacerando poco a poco los valores auténticos de
una sociedad genuina.
Lo que está claro es que para los enemigos de la Revolución
esa contrarrevolución tradicional que intentan unificar, solo se ha convertido
en instrumento para campañas mediáticas contra Cuba. Esas formas de practicar
el antagonismo ideológico no logró el impacto esperado. En la práctica, pierden
su dinero. Millones y millones de dólares estadounidenses invertidos en una
empresa que nunca ha fraguado. Precisamente, porque a esta altura de la vida,
el ciudadano cubano común tiene dos maneras de definirse para todo. El cubano
dice “eres o no eres”, no acepta términos medios. De ahí que en la historia de
esta Isla las corrientes políticas reformistas o anexionistas no tuvieron
éxito, aunque nunca dejaron de existir.
Debido a esos peligros en los escenarios actuales y
perspectivos, Cuba tiene que afrontar desafíos complejos en defensa de su
naturaleza política de izquierda, preservada por 57 años de batallar en
contextos adversos.
Si se analizan los contenidos de los cientos de programas
subversivos contra nuestro país, que se hacen públicos diariamente por el
propio gobierno estadounidense, su Departamento de Estado y agencias, son
perfectamente visibles los intentos por sembrar el “centrismo ideológico” en
nuestra sociedad. Esos engendros exhortan a los ciudadanos a inmiscuirse en los
problemas de su nación desde una posición hipercrítica y no desde la crítica
constructiva. Pretenden demonizar al Estado y al Gobierno como elementos de una
sociedad contemporánea incapaces de garantizar el avance socioeconómico.
Convocan a los ciudadanos a no involucrarse en la realidad
de su país desde una perspectiva revolucionaria y evitar posturas
reaccionarias. Es decir, a no polarizarse en el discurso político en ninguno de
los extremos y mantener una posición de “neutralidad activa”.
De acuerdo con los planes de los adversarios ideológicos de la
Revolución, esa posición será efectiva en el afán de lograr la pretendida
“transición política” en Cuba o el gastado interés de lograr un “cambio de
régimen”. Es simple para sus cálculos: desmovilizar gradualmente al pueblo en
torno al proyecto socialista. Es el mismo plan que pretendieron instrumentar
durante el cruento período especial en la década de los 90’, cuando acérrimos
personeros del anticomunismo sumaban desesperadamente los días que le quedaban
de vida a la Revolución, tras la caída de la URSS y el campo socialista en
Europa Oriental.
En el caso de Cuba, habría que preguntarse: ¿Hacia dónde
apuntan las intenciones de los círculos de poder imperialistas que hace más de
cinco décadas desean alcanzar un objetivo final: desmembrar lo que tanto sacrificios
ha costado a generaciones de cubanos, radicalizados en una conciencia
revolucionaria sin precedentes? Precisamente apuntan hacia ese pueblo y dentro
de él, a los jóvenes.
La juventud es un segmento consustancial en todos los
proyectos anticubanos, por su presencia en todos los ámbitos del país: las
artes, intelectualidad, prensa, estudiantil, hasta el sector no estatal de la
economía. Nadie escapa de esa estrategia maquiavélica, muy bien estructurada y
articulada en el terreno mediático, donde se aprovechan de las bondades de las
infocomunicaciones.
Es necesario analizar con detenimiento lo que a nivel de
discurso político sobre Cuba se está promoviendo en algunos sitios digitales
presentes en Internet. Están lejos de promover la discusión crítica que
necesita una sociedad en plena transformación. De manera suave, como golpes
blandos, intentan penetrar en el terreno del debate periodístico y captar a
algunos cubanos con un toque de subversión “invisible”, para sumarlos a
“construir” una Cuba imposible para más de 11 millones de compatriotas, que
nunca renunciarán a una Revolución, por la cual nuestra patria perdió a sus más
valiosos hijos.
Los patrocinadores de esas plataformas comunicativas brindan
“gentilmente” hospedaje en los grandes servidores controlados por Estados
Unidos, que resultan ser laboratorios donde se alojan “auténticas” teorías
sobre la “forma no confrontacional de subvertir”.
En algunos de esos medios digitales es común leer contenidos
donde se intenta denigrar el papel del Estado Socialista y promover supuestas
deficiencias en la gestión administrativa de las instituciones, ante un
crecimiento exitoso del sector privado, como si este último no haya surgido de
la voluntad soberana del gobierno revolucionario.
También, se encuentran contenidos acerca de una presunta
crisis económica del país sin la visible salida a corto plazo; mientras otros
defienden la necesidad de que los medios de comunicación cubanos se
independicen del poder político, como si en las naciones capitalistas los
partidos políticos de turno no controlaran los contenidos de los “grandes
medios”, que representan los intereses hegemónicos de las clases más ricas y
promueven la enajenación espiritual y cultural de los pueblos.
Iroel Sánchez en su artículo titulado “Estado, pueblo y
medios de comunicación: ¿nos entregamos?”, publicado en el periódico Granma
afirmó:
“Sacar a alguien de Cuba, prepararlo, asignarle un
financiamiento no proveniente directamente del gobierno de EE.UU., declarar
transparencia en el origen y uso del dinero y proclamar preocupación por
asuntos ciudadanos como el derecho a la información y los problemas de la
comunidad insuficientemente atendidos por instituciones gubernamentales,
organizaciones de masas y la prensa cubana, era el procedimiento; pero
necesitaban nombres sin pasado contrarrevolucionario y si estaban conectados
con la academia, los medios de comunicación y la naciente comunidad de
blogueros, mejor”.
Precisamente, se está materializando lo que el primero de
enero del 2014 alertó el General de Ejército en su discurso pronunciado en
Santiago de Cuba durante la conmemoración del triunfo de la Revolución, cuando
dijo:
“(…) se afanan engañosamente en vender a los más jóvenes las
supuestas ventajas de prescindir de ideologías y conciencia social, como si
esos preceptos no representan cabalmente los intereses de la clase dominante en
el mundo capitalista. Con ello pretenden, además introducir la ruptura entre la
dirección histórica de la Revolución y las nuevas generaciones y promover
incertidumbre y pesimismo de cara al futuro, todo ello con el marcado fin de
desmantelar desde dentro el socialismo en Cuba”.
El Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros en
aquella intervención advirtió sobre los desafíos que Cuba enfrenta y continuará
afrontando en el terreno ideológico. En ese frente, el enemigo pretende
indudablemente sembrar teorías centradas en la construcción de un hombre
apolítico y en mayor medida, un cubano que prefiera el anexionismo mediante el
simple viraje de los patrones ideológicos de izquierda hacia el “centro”; un
centro político que a lo largo de las revoluciones sociales siempre ha
demostrado estar más aliada a la derecha que a las causas justas.
¿Cuál es el objetivo de despolitizar y desmovilizar una
sociedad mediante la promoción de esas corrientes de pensamiento? Los
argumentos se pueden encontrar en la literatura escrita por Gene Sharp,
académico estadounidense que creó el tristemente célebre “Instituto Albert
Einstein”, experto en el desarrollo de teorías sobre la naturaleza del poder
social para la lucha no violenta, instrumento empleado por las oligarquías para
destruir gobiernos legítimos en todas las latitudes del planeta.
Sharp, autor de libros como “La política de la acción no
violenta” (1973) y “De la dictadura a la democracia” (1993), refiere en sus
fundamentos que los “aliados naturales del grupo de lucha no violenta, pueden
ser, entre otros, estudiantes o jóvenes resentidos con sus sistemas políticos”.
A la vez, los más fervientes seguidores de ese veterano académico dentro del
“Albert Einstein Institution”, promulgan extensos textos llamando a que se “le
brinde atención especial al sector juvenil como motores impulsores de
conflictos no violentos (…) Ellos son la vanguardia de los movimientos por
cambios sociales y lo hacen correctamente”.
Esos fundamentos, que parecen sacados de las experiencias
vividas por decenas de revoluciones sociales opuestas a yugos coloniales, son
precisamente teorías fabricadas en instituciones que se emplean como
laboratorios para construir golpes suaves contra gobiernos progresistas,
atacando esencialmente las raíces ideológicas que los sustentan. Manipulan y
confunden a los pueblos, con el objetivo de pasar al bando neoliberal a grupos
de ciudadanos que siempre defendieron proyectos sociales autóctonos. Ejemplos
como Argentina, Brasil y Venezuela demuestran la implementación práctica de una
concepción política sacada de los tubos de ensayo de esos centros de
subversión.
Contra Cuba, que logró dignificar al hombre y ponerlo en el
centro del desarrollo de una nación y un sistema social diferente, también
pretenden aplicar el mismo traje. Para los enemigos de las revoluciones
sociales auténticas como el señor Sharp y sus “aventajados discípulos”, no
somos la excepción, somos un objetivo.
Ante esta disyuntiva: ¿Qué le corresponde a la juventud
cubana junto al pueblo? ¿Dónde están las claves para librar la lucha que se nos
presenta? En nuestro caso, no existe otra alternativa que emplear la cultura
como arma y escudo, frente al hegemonismo imperial y la pretensión de borrar
cualquier atisbo de pensamiento liberador; formar un ciudadano culto, atento,
informado, conocedor de las realidades del mundo y capaz de discernir entre
tanta mentira y pseudocultura.
Se requiere emplear todas las potencialidades con que
cuentan las instituciones cubanas para brindar las respuestas adecuadas e
inteligentes a fin de comprometer a la vanguardia de jóvenes estudiantes,
profesionales y trabajadores en la lucha ideológica, quienes deben crecerse y
multiplicarse en el crucial empeño de reforzar ese tejido espiritual
indispensable para salvaguardar una Revolución, que es, sin dudas, el mayor suceso
cultural en la historia de la nación cubana.
En ese empeño, el capital humano del país tiene el derecho a
defenderse del permanente bombardeo ideológico, con el cual intentan dominar,
imponer como único el modelo neoliberal y consumista; adormecer conciencias;
borrar la memoria histórica; distorsionar esencias; desmontar cuanto nos hace
fuertes: el antiimperialismo, la unidad, justicia social, espiritualidad,
solidaridad y la dignidad, principios siempre enarbolados por el más grande de
los estadistas del siglo XX, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, quien
arribó a sus 90 cumpleaños, aquí entre nosotros.
Contra las conductas reformistas o anexionistas, tenemos que
responder con los contenidos generados por miles de educadores, comunicadores,
creadores, líderes sociales, dirigentes políticos y todas las personas
sensibles y capaces de percibir el tipo de guerra que se nos está haciendo. Se
requiere hacer un frente común articulado, fomentar alternativas y dar la
batalla desde lo mejor y más auténtico de la ideología socialista, desde una
Revolución que dejó de ser clandestina cuando llegó al poder en 1959 y su
pueblo continuará defendiendo para vencer siempre.
Nota
[1] Mariano Torcal Loriente. Catedrático de Ciencia Política
de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, España. Es un experto en temas
relacionados con el comportamiento político y electoral, y el estudio de
actitudes políticas en las llamadas nuevas democracias, sobre los que ha
publicado en diversas revistas nacionales e internacionales, así como libros
vinculados a estos temas.
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