Por Arnold August* - Tomado de Cubadebate -
Desde sus estudios secundarios en los años 1950, Fidel
Castro empezó a familiarizarse con los escritos y las actividades de José
Martí, entre otros cubanos del siglo XIX que lucharon por la justicia social y
la independencia de España. Fidel leyó los 28 volúmenes de la obra de Martí.
También estudió los trabajos y las actividades prácticas de Marx, Engels y
Lenin. Analizó y profesaba un gran respeto por la revolución bolchevique.
En el
primer período de sus admirables estudios autodidácticos, vivió y fue activo
políticamente, no solamente en Cuba sino también en otros países
latinoamericanos, como en República Dominicana. Las tradiciones e ideas
revolucionarias de la región influyeron también en su manera de pensar. Éstas
absorbieron su pensamiento y su espíritu político como revolucionario de una
rápida evolución, listo a entregar su vida por la causa de los más vulnerables.
Su sed por familiarizarse con las diferentes tendencias del pensamiento y la
acción política cubana e internacional lo acompañó toda su vida.
Entre muchos otros aspectos, el legado de Fidel reside en su
singular capacidad para unir la teoría y la práctica. Y lo hizo, teniendo en
cuenta su longevidad política sin precedentes históricos, como ningún otro
revolucionario del siglo XX y de comienzos del siglo XXI. Gabriel García
Márquez, icono del pensamiento latinoamericano, quien lo conoció muy bien
personalmente, escribió que Fidel es “el antidogmático por excelencia” (“A
Personal Portrait of Fidel Castro.” In Fidel Castro, Fidel: My Early Years, Ocean
Press, Melbourne, 1998, página 17). Vale la pena detenernos a reflexionar
acerca de la evaluación del alcance del antidogmatismo de Fidel.
El Che Guevara vivió y luchó con Fidel Castro en el centro
de la Sierra Maestra, y luego del triunfo de 1959. Estando en Bolivia, el 26
julio de 1967, aniversario del ataque a Moncada, el Che escribió en su diario
boliviano acerca del “significado del 26 julio, como una rebelión contra las
oligarquías y contra los dogmas revolucionarios” (Ernesto Che Guevara, The Bolivian
Diary of Ernesto Che Guevara, Pathfinder Press, Montreal, 1994, página 239).
Sí, usted leyó correctamente: “dogmas revolucionarios”. Fidel y el movimiento
que lideró fueron forzados a irse contra la corriente dominante de la izquierda
en aquel momento en Cuba, abriendo para ello el camino de la lucha armada por
medio del ataque a dos cuarteles de Batista, entre ellos el de Moncada. De esta
manera, esta rebelión fue también una revuelta contra esta izquierda, incapaz
de entender ese momento histórico. Desde el punto de vista de una parte de la
izquierda, Moncada no fue “políticamente correcto”. Parte de la izquierda,
tanto en Cuba como a nivel internacional, difamaron a Fidel Castro como el
protagonista de un “golpe pequeñoburgués” por esta vanguardista rebelión contra
el Moncada. Supuestamente, ésta acción fue considerada como no justificada por
los seguidores de los “manuales” marxistas, vistos por ellos como dogmas fijos
en el tiempo y el espacio, antes que como una guía para la acción. Fidel dio un
giro al pensamiento y a la práctica revolucionarios. Las estrategias y
condiciones de los bolcheviques no fueron las mismas que existían en Cuba en
los años 1950, que llevaron al triunfo de la revolución en 1959. La situación
actual de Cuba tampoco es la misma que en 1959. Tan sólo una revolución como la
cubana, depurada del dogmatismo, puede navegar en un mundo en cambio
permanente.
En los años 1950, Fidel logró que la tendencia recalcitrante
de la izquierda cubana se uniera a la causa. Lo hizo a través de las acciones
del Movimiento 26 de julio, dentro de un espíritu de autosacrificio y del nuevo
pensamiento político. Éste último, expresado en su discurso “La historia me
absolverá”, constituyó su defensa ante el juicio seguido a su captura, después
de la derrota de Moncada. Todos estos factores combinados sacudieron
profundamente a Cuba, algo que tan sólo podía producir un pensador
independiente, junto con sus colaboradores.
Lo demás es historia. ¡Pero no! ¿Cuántas veces luchó Fidel
Castro contra la corriente y sacó a Cuba del callejón sin salida del desastre?
Tan sólo una ilustración: en 1991, Fidel rechazó las reformas de Mijaíl
Gorbachov y la capitulación ante Estados Unidos. De hecho, previó la caída de
la URSS dos años antes de que ésta sucediera. ¿Dónde este requisito de
resistencia y rebelión de vida y muerte, es expresado explícitamente en
cualquiera de los trabajos de Marx, Lenin o José Martí? Aún si todas estas
figuras políticas transpiran los principios, las ideas y la devoción del
autosacrificio por la causa del pueblo que son aplicados a tales desafíos
impredecibles. No obstante, aún con esta herencia del siglo XX y comienzos del
siglo XXI, durante los amenazantes y turbulentos tiempos desconocidos entre
finales de 1980 y 1991, los mismos revolucionarios cubanos debieron crear el
camino a seguir. Estados Unidos esperaba la oportunidad, lamiendo sus heridas,
con la idea de que Cuba cayera. ¿Dónde podría estar Cuba ahora si no hubiese
roto relaciones en aquella época para de nuevo permanecer fiel a su tradición
antidogmática, permitiendo así guiarse por nuevas ideas y orientaciones?
De esta manera, el legado de Fidel reside en su capacidad
para unir la teoría y la práctica —o la práctica y la teoría, a través del
análisis de las “condiciones concretas”. Es cierto que este “análisis”
presupone un punto de vista teórico. Sin embargo, esta perspectiva, aplicada a
la noción de “condiciones concretas”, significó observar el mundo concreto y
comprender las necesidades y aspiraciones de las grandes mayorías del pueblo
cubano en un momento determinado. Esta capacidad para unir, intrínseca y
consistentemente, la teoría y la práctica, contribuyó a la formación de un
revolucionario como Fidel.
Algunos podrían decir que al tratar este liderazgo ejemplar
de Fidel acerca de la teoría y la práctica, se podría caer en la
individualización de Fidel y así en la personalización de la Revolución cubana
en detrimento del papel jugado por el pueblo y sus más cercanos colaboradores.
Sin embargo, nada puede estar más lejos de la verdad. ¿En qué otra fuente, si
no es en el pueblo, tiene éxito este análisis concreto y estas condiciones
concretas? Las condiciones concretas corresponden al pueblo y a su continuo
movimiento. La teoría y la práctica son inseparables cuando se trata de Fidel.
Adicionalmente a esta lección de método, manifestaciones
concretas tales como sus pronunciamientos acerca de una miríada de temas
domésticos e internacionales, hacen parte de su legado. En 2001, por ejemplo,
dijo: “revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe
ser cambiado”. Esto dio a los cubanos una orientación práctica en la actividad
política cotidiana. En 2005, cuando hacía frente a problemas domésticos, dijo:
“Este país puede autodestruirse. Esta revolución puede autodestruirse, pero
ellos [los poderes extranjeros] nunca podrán destruirnos; podremos destruirnos
a nosotros mismos, y esto sería culpa nuestra”. En el complejo contexto del
tema de las relaciones Cuba-Estados Unidos, desde el 17 de diciembre de 2014
Fidel expresó sus opiniones en varias ocasiones. Éstas no son solamente
pertinentes sino necesarias para guiar las políticas cubanas actuales y
futuras, así como para despertar la conciencia en la gente progresista del
mundo entero con relación a estas polémicas preocupaciones internacionales.
No se puede sobrestimar el papel del individuo en la
historia, pero sería engañoso subestimarlo. Charles Darwin, por ejemplo, fue un
naturalista que postuló las teorías de la evolución y de la selección natural.
Darwin rompió el molde estudiando los trabajos de otros científicos a quienes
había consultado y, más importante aún, resultó ser el análisis de la
naturaleza que hizo por su propia cuenta. De forma similar, Marx siguió este
camino para hacer sus propios descubrimientos en el pensamiento social y
político. Aun cuando no estoy comparando a Fidel con Darwin o Marx —pues él
mismo condenaría una comparación tan injustificada, el principio del papel que
juega la determinación individual en la apertura de nuevos caminos hasta ahora
inexplorados, estableciendo vínculos entre el pensamiento y las condiciones, se
aplica a Fidel. Es un arquetipo sobresaliente del siglo XX y hasta bien entrado
el siglo XXI, ya que su pensamiento y su ejemplo serán aplicables por lo menos
durante varias décadas más en este siglo.
Fidel fue una figura política que pensó por sí mismo. Sin
embargo, su enfoque se basó ante todo en principios revolucionarios. Fue un
antidogmático por excelencia, en quién la teoría y la práctica del movimiento
de los más vulnerables de Cuba se entrelazaban hasta tal punto que se habían
indistinguibles por sí solas. Él triunfó en su camino más allá que nadie más
desde 1940 hasta el 11 octubre de 2016, última ocasión en que sus palabras
fueron publicadas. Sin embargo, Fidel tuvo la última palabra el 25 noviembre de
2016 cuando Cuba —un pequeño país del tercer mundo, bloqueado, que tan sólo 56
años atrás rompió las ataduras de 500 años de colonialismo e imperialismo— fue
el centro del mundo, sin dejar a nadie, amigos o enemigos, indiferente frente a
este gigante de la teoría y la práctica. En la larga vida y obra de Fidel
Castro, nunca se presentó una brecha entre la teoría y la práctica: éstas
fueron una sola. Este legado, aplicable universalmente, hace ahora parte del
camino a seguir por los sectores progresistas de la humanidad, por la gente
vinculada a las fuerzas de izquierda y por los revolucionarios.
*Arnold August es periodista y conferencista canadiense, el
autor de los libros Democracy in Cuba and the 1997–98 Elections y Cuba y sus
vecinos: Democracia en movimiento @Arnold_August FaceBook
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