Por Víctor Angel Fernández - Reblogueado desde La pupila insomne -
Un diciembre más y nos vemos en este fin de año, ante la
tarea de trazarnos metas para el próximo, como es habitual en muchos seres
humanos.
Metas relacionadas con planes de superación o de
realización, incluso de comportamiento, prometiendo hacer o no, esto o aquello,
aunque en ocasiones, la vida, mucho más rica que cualquier plan, tozudamente
nos impida parte o todo lo planificado.
En ese ambiente de proyectos a cumplir, ¿por qué no incluir
el de imitar a Fidel?
No es ningún sacrilegio. Él mismo, hace años nos llamó a
actuar como dos de nuestros héroes paradigmáticos. Primero al decir que en el
pueblo existían muchos Camilos y luego, cuando nos propuso ser como el Ché,
llamado este convertido en el lema de la organización pioneril.
Entonces, sigamos sus consejos y tratemos de parecernos a
él. Aunque sea ubiquémoslo en una de esas metas.
Hablo de imitar a ese Fidel, que llegaba en las noches a la
Universidad de La Habana y, lejos de cualquier protocolo, dedicaba horas a
intercambiar con alumnos y profesores noctámbulos que se mantenían en la
Colina. No había plan, no existía un informe a discutir, ni preguntas
preelaboradas. En el decir popular, era así, directo al pecho. Allí explicaba
experiencias y planes, pero también se nutría de la opinión de quienes lo
rodeaban.
Por ese camino las calles de distintos pueblos, los planes
agrícolas, las fábricas y cualquier lugar del país, lo vieron llegar sin previo
aviso y palpar lo que estaba pasando, sin intermediarios, ni documentos bien
limados de asperezas que siempre han tenido la triste capacidad de no dejar ver
todas las aristas del problema.
De aquellos tiempos es la frase, muy cubana, de que “esto
está así, porque Fidel no lo sabe”, seguida de “un día él llega de sorpresa y
ya veremos lo que va a pasar”. Siempre ese pueblo que lo amaba, lo cuidaba y lo
ponía al día de primera mano.
Incluso en los momentos o lugares donde la elemental
seguridad humana, aconsejaba que se protegiera, como en Girón, en el Flora, en
la zona liberada de Viet Nam o en agosto del 94, siempre estuvo dentro de las
multitudes, que en todas partes del mundo lo rodeaban.
Existen fotos comiendo junto a trabajadores en un albergue
cañero o en una fábrica y en particular tengo la experiencia de un campamento
en los años 90, donde fue a probar, cómo había quedado una crema de zanahorias,
de la cual, unos días antes, él mismo ofreciera la receta a nuestros cocineros.
¿Qué impide imitar esa vida? ¿Qué impide salirse del plan
trillado, del salón de reuniones y de los bellos informes? Visitas sorpresivas
que no permitan acondicionar la realidad.
No creo que esté pidiendo mucho, pero este es mi punto de
vista, si queremos hacer realidad la frase “Yo soy Fidel” y que no se quede
fuera de la piel, sino que la incorporemos como parte de nuestras vidas.
Esa imitación está permitida.
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