En la tarde del 25 noviembre esperaba un correo de un
periodista y colega que vive en Washington D.C. Esta comunicación anodina
estaba relacionada con una entrevista radial que realicé con él inmediatamente
después de las elecciones de Estados Unidos y que cubrí para TeleSUR en la
capital estadounidense. Después de recibir la respuesta que esperaba, el
escribió: “Acabo de escuchar la triste noticia: Fidel falleció.” Aun cuando he
pensado continuamente acerca de este inevitable evento en los últimos años, ver
esto escrito me conmocionó de una manera indescriptible.
Sin embargo, para
asegurarme de ello, verifiqué en la televisión cubana y en teleSUR… allí estaba
la noticia. Mi reacción inmediata fue la negación de la realidad. ¡Esto no
puede ser cierto! Mientras que, antes del 25 de noviembre era posible pensar
que Fidel falleciera, una vez esto sucedido, ya era imposible pensarlo. Fue
como una pesadilla. Me tomó cerca de 15 horas, desde la noche del 25 de
noviembre hasta esta tarde, para digerir lo inaceptable.
Mientras hacía esto gradualmente la noche anterior y
temprano en la mañana, mi reacción me llevó poco a poco a una ira dirigida
hacia la naturaleza que arrancó al pueblo cubano y al mundo al más admirable
líder y revolucionario del siglo veinte y también del presente siglo. No me
pareció justo que las leyes de la biología se lo llevaran físicamente a él,
como lo hacen con cualquier otro, amigos y enemigos. Sin embargo, en efecto,
estas leyes se aplican universalmente. Esta indignación no proviene de ningún
sentimiento espiritual o religioso que pretenda esquivar la realidad, pues soy
ateo. Es una indignación política y moral, y no me avergüenzo de expresar
públicamente mis sentimientos íntimos.
Esta exasperación resulta del intenso trabajo que he venido
realizando en los últimos dos años acerca de las relaciones de Cuba y Estados
Unidos. Desde el 17 diciembre 2014 he estudiado cuidadosamente los seis textos
y declaraciones de Fidel Castro, desde la fecha en que relata total o
parcialmente las relaciones entre estos dos países. Creo firmemente que estos
escritos son la guía más valiosa e indispensable para el pueblo cubano y su
gobierno, en sus relaciones con el poderoso vecino del Norte.
En efecto, dada la crecientemente complicada situación entre
Cuba y Estados Unidos, la semana pasada estaba esperando otra reflexión por
parte de Fidel. Esta nunca tuvo lugar.
Sin embargo, todas sus palabras acerca de este tema, desde
el 17 diciembre de 2014, constituyen el paradigma que guiará las relaciones de
Cuba y Estados Unidos, ahora y bien entrado este siglo. Estos principios e
ideas están atados indeleblemente al futuro de Cuba.
*Arnold August es periodista y conferencista canadiense, el
autor de los libros Democracy in Cuba and the 1997–98 Elections y Cuba y sus
vecinos: Democracia en movimiento ( http://www.lademocracia.com/ ) @Arnold_August (
https://twitter.com/Arnold_August )
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