Lo que ha ocurrido en EEUU con la elección del candidato
republicano, el Sr. Donald Trump, era predecible. Y así lo había yo indicado en
un artículo reciente (ver “De lo que no se informa y/o se conoce sobre las
elecciones en EEUU”, Público, 18.10.16). En realidad, la posibilidad de que
ocurriera lo que ha ocurrido se ha ido fraguando desde los años noventa, cuando
el partido Demócrata, bajo la presidencia del Sr. Bill Clinton, aplicó toda una
serie de políticas de clara sensibilidad neoliberal (hasta entonces patrimonio
del Partido Republicano)
, algo que también ocurrió en el Reino Unido cuando el
Sr. Tony Blair, dirigente del Partido Laborista, adoptó las medidas
neoliberales que había propuesto la Sra. Thatcher, dirigente del Partido
Conservador. En realidad, y tal como he documentado en otro artículo, la
Tercera Vía del gobierno Blair estaba muy inspirada en las políticas llevadas a
cabo por la Administración Clinton (ver “El fracaso del nuevo laborismo y del
socioliberalismo”. Sistema, 21.05.10).
La derechización del Partido Demócrata: el origen de la
Tercera Vía
Estas políticas neoliberales significaron un cambio notable
de las políticas del Partido Demócrata heredadas del New Deal establecido por
el presidente Roosevelt, y que justificaban que tal partido se presentara como
el “partido del pueblo llano” frente al instrumento político del gran
empresariado, representado por el Partido Republicano. Tales políticas del New
Deal (y más tarde de la Great Society) fueron sustituidas por políticas
neoliberales llevadas a cabo por el presidente Clinton, las cuales incluyeron
la desregulación en la movilidad del comercio y del capital financiero,
iniciándose toda una serie de tratados referidos como tratados de libre
comercio, de los cuales el más importante fue el Tratado de Libre Comercio
entre EEUU, Canadá y México, conocido en inglés como NAFTA. Tal tratado era
altamente impopular entre los sindicatos y entre las bases electorales del
Partido Demócrata, lo cual explica que la mayoría de los miembros del Partido
Demócrata en el Congreso no votaran a su favor. Solo los procedentes del sur de
EEUU (que suelen ser los más conservadores) apoyaron dicho tratado, junto con
la mayoría de los miembros del Partido Republicano. Tal aprobación significó un
giro importante en las políticas del supuesto “partido del pueblo”, el cual
dañó, como era predecible, a los trabajadores de los sectores manufactureros
(los sectores mejor pagados dentro de la fuerza laboral en EEUU), pues vieron
sus trabajos desplazados a Méjico cuando sus empresas se trasladaron a aquel
país, perdiéndose con ello millones de buenos empleos en EEUU. Fue así como el
Partido Demócrata favoreció extensamente el tipo de globalización económica que
hemos conocido desde los años ochenta y noventa (iniciado por Ronald Reagan y
Margaret Thatcher). Este globalismo ha sido uno de los elementos que ha
debilitado más a la clase trabajadora, pues el mundo empresarial ha utilizado
contra el mundo de trabajo la amenaza de desplazarse a otros países en caso de
no obtener concesiones en forma de bajada de salarios, de recortes en su
protección social y de deterioro de sus condiciones de trabajo.
Tal globalización contribuyó al alejamiento de la clase
trabajadora del Partido Demócrata. En realidad, la pérdida de la mayoría del
Partido Demócrata en el Congreso (incluyendo el Senado) se debió a la masiva
abstención de la clase trabajadora en las elecciones al Congreso del 1994,
después de que el presidente Clinton aprobara en 1993 el NAFTA con el apoyo
mayoritario del Partido Republicano. Fue entonces cuando ya se inició el enfado
de la clase trabajadora. Como bien ha comentado el politólogo Thomas Frank en
su libro Listen, Liberal, a medida que el Partido Demócrata fue distanciándose
de la clase trabajadora, fue aumentando la influencia de la clase media
profesional (personas con estudios superiores, incluyendo los universitarios)
en los aparatos de tal partido. En realidad, fue el crecimiento de esta
influencia, ejemplificada por la Administración Clinton, la que causó el distanciamiento
de la clase trabajadora, algo semejante a lo que ha estado ocurriendo con los
partidos socialdemócratas en Europa.
El continuismo del neoliberalismo con Obama
Tales políticas han sido seguidas por el Presidente Obama, e
incluso expandidas durante su mandato para incluir el proyectado tratado de
libre comercio con los países del Pacífico y el intento de establecer otro con
la Unión Europea (UE). No hay que olvidar que una de sus promesas electorales,
realizadas en su primera elección, había sido modificar el NAFTA, lo cual no
hizo. La propuesta de los sindicatos era la de su eliminación, a lo cual el
presidente Obama no accedió, sin ni siquiera modificarlo. Como consecuencia,
los datos fácilmente accesibles muestran un gran descenso de los salarios y de
la protección social, mayores causas de que las rentas del trabajo como
porcentaje de las rentas totales continuaran descendiendo, proceso que se había
iniciado en los años ochenta, adquiriendo mayor descenso a partir de la plena
expansión del proceso de globalización. Mientras las rentas del trabajo
disminuían, las rentas derivadas del capital fueron subiendo, habiendo
alcanzado niveles nunca vistos desde los años treinta del siglo XX (causa, por
cierto, de la Gran Depresión).
La segunda mayor ofensa a las clases populares por parte del
socioliberalismo: la desregulación de la banca
Otra política pública introducida por el presidente Clinton
fue la desregulación de la banca, eliminando la separación entre la banca
comercial y la banca de inversión (y que exigía la Ley Glass-Steagall aprobada
durante el mandato del presidente Roosevelt), medida propuesta por su
Secretario del Tesoro (equivalente al Ministro de Finanzas), el Sr. Robert
Rubin, que había sido codirector de la banca Goldman Sachs antes de
incorporarse al gobierno del presidente Clinton. Esta medida desreguladora tuvo
dos impactos sumamente negativos para el bienestar de las clases populares (y
de la economía). Tal desregulación del capital financiero favoreció las
burbujas especulativas, de las cuales la inmobiliaria afectó particularmente a
la clase trabajadora y a las clases medias de renta baja, que tuvieron que
endeudarse profundamente para pagar precios abusivos de las viviendas,
resultado del carácter especulativo de las inversiones inmobiliarias. Esta
desregulación bancaria era resultado de la complicidad nueva que se estableció
entre Wall Street y el Partido Demócrata, que ha sido una constante de la
Tercera Vía, iniciada por Clinton y continuada por Obama.
El resultado de tal complicidad es el rescate que el
gobierno federal hizo de la banca cuando las burbujas especulativas estallaron,
poniendo en peligro la viabilidad del sistema financiero, que estaba metido en
la especulación hasta la médula. Es significativo resaltar que ningún banquero
haya ido a la cárcel, a pesar de haber cometido delitos graves que afectaron
muy negativamente el bienestar de las clases populares. En realidad, el enorme
crecimiento de las rentas del capital se debe, en parte, a la gran expansión
del capital financiero basada en un enorme endeudamiento de las clases
populares, consecuencia a su vez del descenso de las rentas del trabajo. Hay
que señalar que dirigentes de la empresa Enron terminaron en la cárcel durante
la Administración Bush. No así los dirigentes de la banca en la Administración
Obama.
El justificado y predecible enfado de la clase trabajadora
Era obvio que se estaba acumulando un enfado que podía
apercibirse en el enorme descrédito de las instituciones llamadas
representativas en aquel país, y que son ocupadas por una de las clases
políticas más estables en el mundo capitalista avanzado, resultado del sistema
de financiación, predominantemente privado, del proceso electoral de aquel
país, en un sistema bipartidista carente de proporcionalidad y que
prácticamente imposibilita la entrada de nuevos partidos.
Tal pérdida de legitimidad se traduce en que la mayoría de
la clase trabajadora no vota en EEUU. Tal clase representa aproximadamente el
52% de la población estadounidense (un número bastante próximo a lo que la
población señala como su pertenencia, cuando se le pregunta si se considera de
la clase alta, la clase media o la clase trabajadora). Al haber una relación
inversa entre nivel de renta y participación en el proceso electoral, se deduce
que la mitad de la población estadounidense, por debajo de la media, es la que
no vota (en EEUU solo votan entre un 52% y un 54% de la población que podría
hacerlo), y pertenece a la clase trabajadora. En realidad, el descenso
electoral del Partido Demócrata está muy marcado por el creciente grado de
abstención de la población obrera identificada con este partido. El cambio del
Congreso de demócrata a republicano que tuvo lugar en el año 1994, que he
citado en un párrafo anterior, fue resultado del crecimiento de la abstención
obrera en respuesta a la aprobación del NAFTA.
La marginación de la clase trabajadora
El cambio de los partidos que electoralmente tenían como
base central la clase trabajadora y otros componentes de las clases populares
hacia otros sectores y clases sociales (definiéndose a sí mismos como partidos
de las clases medias) fue resultado del cambio de composición de los aparatos
de tales partidos, con un claro dominio de las clases profesionales, personas
con educación superior que asumían que o bien la clase trabajadora estaba
despareciendo, o bien se estaba convirtiendo en clases medias. Esta llamada
“modernización” de tales partidos incluyó la adopción por su parte de elementos
de la ideología neoliberal, que había sido transmitida desde los años ochenta
por los partidos conservadores y liberales. En realidad, el Partido Demócrata
hoy está próximo (sin estar afiliado) a la Internacional Liberal. Clinton fijó
esta nueva línea. Tal neoliberalismo económico, por cierto, redefinió la
política social, enfatizando la importancia de la empresa privada (financiada
públicamente) en la gestión de los servicios públicos, tema que trataré en una
sección posterior de este artículo.
Los costes de ignorar a la clase trabajadora
La desaparición de clase social como categoría sociopolítica
por parte del Partido Demócrata (como también ha ocurrido con la
socialdemocracia) implicó el abandono de las políticas redistributivas. El
Partido Demócrata (considerado con excesiva generosidad como la izquierda en
EEUU) enfatizó, en lugar de políticas de clase, políticas encaminadas a
integrar a las minorías y a las mujeres en el sistema político, basando su
estrategia política en combatir la discriminación en contra de las minorías
(negras y latinas) y en contra de las mujeres. Estas políticas fueron, en
parte, exitosas en incorporar estos grupos discriminados dentro de las
instituciones políticas de carácter representativo y en la administración
pública. Pero las mayores beneficiarias de estas políticas fueron personas de
clase media de renta alta, sin que en general afectaran al bienestar económico
y social de la mayoría de minorías y mujeres, que pertenecían a la clase
trabajadora. El intento de integrar a las mujeres y a los negros (y en parte
también a los latinos) en el sueño americano no afectó al bienestar de las
clases populares. Las políticas de identidad sin sensibilidad de clase
(supuestamente desaparecida) no cambiaron el poder de la clase dominante del
país. Solo cambiaron el color y el género de las clases medias de renta alta.
La victoria del presidente Obama, una persona negra, no afectó al bienestar
económico de la clase trabajadora negra, mostrando los límites de tal
estrategia identitaria, en ausencia de unas medidas de tipo clasista.
Y las elecciones del pasado 8 de noviembre han mostrado como
la gran mayoría de las mujeres de clase trabajadora ha votado por Trump, que
fue, de los dos candidatos (Trump y Clinton), el que acentuó más el discurso de
clase. Trump se presentó como el defensor del mundo del trabajo, haciendo
referencia constante a que su gente eran las personas con escasa educación, a
las cuales el establishment político del país denominaba como “white trash”
(basura blanca). Y el primer punto que subrayó en su discurso en la noche de
las elecciones fue que él representaba a las personas olvidadas por el sistema.
Viéndole en aquel momento, me recordaba el discurso de la líder del Partido
Conservador británico, la Sra. Theresa May, que tras otra gran sorpresa del
establishment, el Brexit, promovió a partir de entonces que el Partido
Conservador tenía que ser el partido de la clase trabajadora del Reino Unido.
Mientras, la Sra. Clinton apelaba a las mujeres, habiendo definido a los
seguidores de Trump como “deplorables”, un adjetivo parecido a “basura”.
Siempre había alternativas que el establishment
político-mediático vetó
En las últimas elecciones hubo la alternativa a Hillary
Clinton, que había apoyado todas las políticas de su esposo durante su mandato.
Se llamaba Bernie Sanders, el candidato en las primarias demócratas, socialista
sin complejos, que siempre defendió los intereses de la clase trabajadora,
Bernie Sanders, conocido por su integridad y compromiso con las clases
trabajadoras, y que apostaba explícitamente por una “revolución política”
encaminada a democratizar las instituciones políticas y económicas del país,
movilizando a grandes sectores de la clase trabajadora y a la juventud del
país. Fue un terremoto dentro del Partido Demócrata, y el aparato de tal
partido se movilizó por todos los medios para parar tal candidatura, y ello a
costa de perder las elecciones. La gran mayoría de encuestas mostraban que
Sanders, cuando aparecía frente a Trump, sacaba mucho más apoyo popular que el
que Clinton conseguía frente al candidato republicano. Sanders era la única
posibilidad de parar a Trump. Y su lenguaje, el de Sanders, era clasista,
subrayado la conjunción de intereses de todas las razas y de todos los géneros,
unidos en sus reivindicaciones basadas en su clase. Este mensaje hubiera sido imbatible.
Pero el nuevo Partido Demócrata era incapaz de presentar esta imagen, pues el
aparato estaba claramente conectado con la clase que se sentía amenazada con
este enfoque de clase del candidato Sanders. La victoria de Clinton en las
primarias desmovilizó a los votantes de Sanders, aumentando significativamente
la abstención, un aumento que ha sido fatal para Clinton, pues su adversario
tenía movilizada a la clase trabajadora blanca y a los grupos extremistas
claramente racistas, que apoyaron masivamente a su candidato, y en cambio la
candidata Clinton tenía a sus bases desmovilizadas.
Clase o raza y género, o clase, raza y género: los orígenes
históricos de este debate en EEUU
El desconocido precedente de Sanders fue la candidatura del
reverendo Jesse Jackson en 1988. Tal candidato en las primarias del Partido
Demócrata enfatizó, en las primarias anteriores, en 1984, la necesidad de
integrar a la población negra en la sociedad estadounidense. Su eslogan fue
“Our time has come” (nuestro tiempo ha llegado). Presentándose como discípulo
de Martin Luther King y como “la conciencia de EEUU”, la recepción del
establishment político-mediático fue sumamente favorable. El New York Times
escribió un editorial sumamente positivo. Fui asesor suyo en temas sociales y
económicos en aquella campaña, y ello a pesar de mi desacuerdo con la
orientación de la misma, pues si la intención era llegar a ser presidente de
EEUU, presentándose como la voz de las minorías, no era el mejor método para
llega a tal puesto.
En el año 1988, en cambio, se presentó como el candidato de
la clase trabajadora, siguiendo el consejo de algunos de sus asesores,
incluyéndome a mí. Formó así el movimiento Arco Iris (la Rainbow Coalition),
que era la manera gráfica de mostrar que cuando los trabajadores negros, los
amarillos, los verdes y los blancos se unen, forman la mayoría. Y cuando en
Baltimore, ciudad industrial, con una amplia clase trabajadora dividida por
razas (obreros negros y obreros blancos), le preguntaron “¿cómo conseguirá
usted el voto del obrero blanco?”, respondió “haciéndole ver que tiene más
común con el obrero negro, por ser los dos obreros, que con su empresario por
ser blanco”. Con ello recuperó el mensaje de Martin Luther King expresado una
semana antes de ser asesinado, cuando aseguró que el conflicto clave en EEUU
era un conflicto de clases entre una minoría y una gran mayoría de la población
compuesta por diferentes razas y etnias. Jesse Jackson consiguió con ello casi
la mitad de los delegados en la Convención del Partido Demócrata en Atlanta. Su
programa incluía “propuestas universalistas”, como el establecimiento del
Programa Nacional de Salud que, debido a la presión del Rainbow, fueron
incluidas en la campaña del Partido Demócrata del 1988.
Ahora bien, la fuerza de las izquierdas asustó al Partido
Demócrata y el gobernador Clinton del Estado de Arkansas lideró la campaña para
parar a las izquierdas, a la vez que hizo suya, en las elecciones en el año
1992, la petición de establecer un programa nacional de salud, que había sido
muy movilizadora en la campaña de Jackson del 1988. De ahí que, después de
ganar, estableciera un grupo de trabajo, liderado por su esposa, Hillary
Clinton, del que Jesse Jackson y líderes sindicales insistieron que yo formara
parte, invitándoseme a que les representara en tal grupo de trabajo. La Sra.
Clinton, sin embargo, no apoyó la propuesta de las izquierdas, que pedían que
la gestión del sistema sanitario (que deseábamos que fuera universal) se
hiciera por parte del sector público en lugar de que lo hicieran las compañías
de aseguramiento sanitario privado, como ocurrió y continúa ocurriendo ahora.
El mantenimiento del enorme poder de tales compañías en el sistema sanitario
estadounidense es el origen del enorme gasto sanitario por un lado (19% del
PIB), y de la gran impopularidad del programa (el 62% de estadounidenses están
insatisfechos con la manera como se financia y gestiona la sanidad), incluido
el Obamacare. Mi año de experiencia en la Casa Blanca, trabajando en aquel
grupo de trabajo liderado por la Sra. Clinton, fue enormemente frustrante, pero
de gran valor para entender cómo funciona el poder en Washington, concluyendo
que la complicidad de Washington con lo que se llama “clase corporativa” vacía
de sentido aquella famosa frase que aparece en la Constitución de EEUU, “We,
the people”, debiéndose añadir que no es el pueblo, sino las grandes compañías
que dominan la economía estadounidense, las que deciden en el gobierno. Y el
Partido Demócrata es una fuerza clave en tal entramado. De ahí la necesidad de
hacer una revolución política, para democratizar el país. La marginación del
único candidato, Bernie Sanders, que hizo tal propuesta, enormemente popular,
augura una continuidad de la extrema derecha en el gobierno.
Una última observación
Como era predecible, los grandes medios de información no
han explicado ni han entendido lo que está ocurriendo en EEUU. Durante toda la
campaña se han centrado en la figura de Trump, presentándolo como un payaso. Es
extraordinaria la enorme atención que dieron a este personaje, intentando
ridiculizarlo. Pero estos ataques movilizaron todavía más a las clases
populares que odian a los establishments mediáticos, hecho del cual Trump es
consciente. Ni que decir tiene que Trump era y es una persona de gran astucia
política, que sabe bien cómo canalizar el enorme enfado popular contra el
establishment político-mediático del país. Pero si no hubiera habido Trump,
hubiera habido otro personaje, tan o incluso más a la derecha que él. En
realidad, algunos de los candidatos que derrotó en la campaña electoral en las
primarias eran incluso más reaccionarios, queriendo prohibir, por ejemplo, el
aborto.
Este excesivo énfasis en los personajes, frivolizando la
política, es la característica de lo que se conoce como medios de información.
Pero para entender lo que está pasando, hay que entender y conocer lo que ha
estado pasando en EEUU, y que, por desgracia, los medios no citan. Presentar lo
ocurrido, como he leído en más de un reportaje, como una traición de las
mujeres trabajadoras a la causa feminista, es no entender nada de lo que pasa
en EEUU. Es urgente que las izquierdas, incluyendo los movimientos progresistas
en defensa de las minorías y también los movimientos feministas, recuperen el
concepto de clase en sus proyectos, pues la mayoría de cada uno de sus sujetos
pertenecen a la clase trabajadora y clases medias de rentas medias y bajas, que
constituyen la mayoría de la población en EEUU y en cualquier país de
capitalismo desarrollado. Olvidarse de la clase trabajadora ha sido lo que ha
llevado al tsunami que estamos viendo a los dos lados del Atlántico Norte. Así
de claro.
*Vicenç Navarro: Catedrático de Ciencias Políticas y
Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Director del JHU-UPF Public
Policy Center
Fuente: Pensamiento Crítico
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