Sabía que podía pasar en cualquier momento; más de
una vez había pensado cómo sería. Pero aun así no podía creerlo.
La alocución de Raúl confirmó la noticia sobre la
que nunca hubiese querido escribir. Fidel Castro Ruz, el Comandante en Jefe de
la Revolución Cubana, falleció en la noche del 25 de noviembre, la misma en la
que se cumplieron 60 años de que comenzara la travesía hacia Cuba a bordo del
Granma, para cumplir la palabra empeñada a su pueblo.
El dolor golpeó fuerte hacia la izquierda del pecho
y se desbordó a través mis ojos. Sentí como si mi papá hubiese muerto otra vez.
Porque Fidel fue siempre mucho más que el invencible estratega militar, el
clarividente político o el avezado estadista. Es y será siempre un padre sabio,
el hombre más grande del mundo.
Ya dijo nuestro Martí que la muerte no es verdad
cuando se ha cumplido bien la obra de la vida. Y la construida por Fidel,
inspirada en la del Apóstol, es de las que inmortalizan.
Es verdad que el corazón dejó de latir en su cuerpo longevo,
mas solo para comenzar a hacerlo desde
las entrañas de esta Cuba tan suya, que lo reverencia y lo llora como madre
amante a uno de sus más egregios hijos. La mima Patria que enarbola su ejemplo en
el penacho de la más alta palma, mientras él zarpa con la proa hacia a la eternidad.
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