El intelectual cubano, Enrique Ubieta,
concedió una entrevista a Cubadebate en la sede
del portal Cubasí. Foto: Annaly Sánchez
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Cuando el mundo era bipolar, alguien dijo lo que suena a
obviedad: “juntemos lo mejor del capitalismo y el socialismo en un solo
sistema“. Si cada uno tiene sus defectos y virtudes por qué no desechar lo
inútil. La idea es atractiva, sería algo así como la sociedad idílica. Pero qué
impide realizarla ¿Por qué se sigue hablando de capitalismo y socialismo?
Detrás de aquella obviedad habita otra: no puedes sacar lo mejor del
capitalismo como si se tratara de una fruta que se dañó al caer del árbol. Las
virtudes de ese sistema se sustentan en sus defectos.
Al parecer la idea no era lo que prometía y continúan las
mismas opciones: o mantienes el modo de vida que daña cada rincón de este
planeta o buscas una alternativa que solucione los problemas desde la raíz.
En la política, como en la vida, estar en el centro resulta
complicado. Sin embargo, existe el funambulismo.
Cubadebate conversó sobre el Centrismo Político con el
intelectual cubano, Enrique Ubieta, quien a preguntas sencillas respondió con
disertaciones sobre la historia, vigencia y posible aplicación en Cuba de la
llamada Tercera Vía.
–¿Es posible que el centrismo represente lo mejor del
capitalismo y el socialismo?
–El capitalismo no es una suma de aspectos negativos y
positivos, de elementos que pueden ser rescatados o desechados: es un sistema,
que en algún momento fue revolucionario y hoy no lo es. Lo engloba y lo
encadena todo: la alta tecnología, la más sofisticada riqueza y la miseria más
absoluta.
Los elementos que contribuyen a una mayor efectividad en la
producción son los mismos que enajenan el trabajo humano. Los que generan
riqueza para unos pocos, producen pobreza para las mayorías, a nivel nacional e
internacional. Me parece una falacia establecer semejante meta: no existe “lo
mejor del capitalismo”, como si este pudiera ser depurado, como si un
capitalismo bueno fuese factible. Hay versiones muy malas, como el
neoliberalismo o el fascismo, pero no conozco ninguna buena. El capitalismo
siempre es salvaje.
Por otra parte, el socialismo, a diferencia del capitalismo,
no es una totalidad orgánica, una realidad ya construida, sino un camino que no
deja atrás de golpe al sistema que intenta superar. Probamos por aquí y por
allá, adoptamos nuevas formas, avanzamos y retrocedemos, eliminamos lo que no
resulta, rectificamos los errores una y otra vez; un camino hacia otro mundo,
en medio de la selva, porque el capitalismo es el sistema hegemónico. Lo que lo
caracteriza es su intención confesa, consciente, de superar al capitalismo.
¿Existe un centro? ¿Sobre qué bases se establece? En el
sistema electoral capitalista supuestamente existe una izquierda y una derecha,
pero esa izquierda, cuya matriz ideológica es la socialdemocracia, que en sus
orígenes era marxista y pretendía reformar el capitalismo hasta hacerlo
gradualmente desaparecer, hoy es funcional al sistema, y ha renegado del
marxismo, y se diferencia de los partidos conservadores en sus políticas
sociales y en su comprensión desprejuiciada de la diversidad. La fórmula
centrista funciona al interior del sistema capitalista como un recurso
electorero. El elector –que se maneja como un cliente porque las elecciones
funcionan como si fueran un mercado– está harto de que los partidos de derecha
y de izquierda se alternen y apliquen políticas similares, y el sistema
construye entonces una falsa tercera vía.
Pero los polos reales no están dentro de un sistema, se
contraponen: son el capitalismo y el socialismo. No existe un centro, un
espacio neutro entre los dos sistemas. La socialdemocracia se ubica dentro del
capitalismo, pero finge ser un centro, que intenta hacer lo que declaramos
imposible: tomar lo mejor de uno y otro sistema. En realidad, provoca una
alternatividad de métodos, no de esencias. Más allá de casos muy aislados, como
pudo haber sido Olof Palme en Suecia, que vivía en un país muy rico, que aún
sin haber tenido colonias, como parte del sistema capitalista, también se
benefició del sistema colonial y neocolonial.
La socialdemocracia, que parecía ser la triunfadora, dejó de
tener sentido cuando cayó la Unión Soviética y desapareció el Campo Socialista.
Ni siquiera en Suecia pudo mantenerse (Olof Palme fue asesinado). A partir de
entonces, el sistema ya no la necesitó y tiene que recomponerse. La Tercera Vía
de Tony Blair es un centro que se ha corrido todavía más hacia la derecha:
acepta e instrumenta una política neoliberal y se alía a las fuerzas imperialistas
en sus guerras de conquista. La historia de la socialdemocracia es
esencialmente europea.
– ¿Qué papel podrían tener las políticas de centro en Cuba?
– En definitiva, ¿qué es ese centro? Es una orientación
política que se apropia de elementos del discurso revolucionario, adopta una
postura reformista y en última instancia frena, retarda u obstruye el
desarrollo de una verdadera Revolución.
Y en otros casos, como el nuestro, intenta usar la cultura
política de izquierda que existe en la sociedad cubana porque no puedes llegar
aquí con un discurso de ultraderecha a tratar de ganar adeptos. Tienes que usar
lo que la gente interpreta como justo y con ese discurso de izquierda empezar a
introducir el capitalismo por la puerta de la cocina. Ese sería el papel que
podría tener el centro dentro de una sociedad como la cubana.
– Con diferentes terminologías y contextos, políticas
similares al centrismo han estado presentes en la historia de Cuba desde que el
Autonomismo intentara detener la Revolución independentista de 1895… ¿Por qué
cree usted que hay una especie de resurgimiento del centrismo en Cuba en el
contexto actual?
– En la historia de Cuba está muy clara esa división de
tendencias entre el espíritu reformista y el revolucionario. Es una vieja
discusión en la historia del marxismo, pero solo voy a referirme a la tradición
cubana.
El reformismo está representado por el autonomismo y por el
anexionismo. Hay autores que insisten en decir que el anexionismo aspiraba a
una solución radical, porque quería la separación de España. Aquí el término
“radical” está mal usado, porque no se iba a la raíz del problema. La solución
de anexar el país a los Estados Unidos era solo en apariencia radical porque
pretendía conservar los privilegios de una clase social y evitarle además el
desgaste económico de una guerra por la independencia, conservar el statu quo a
través de la dominación de otro Poder que garantizara el orden. Las dos
tendencias, el anexionismo y el reformismo, tenían como base la absoluta
desconfianza en el pueblo. El miedo a “la turba mulata”, como decían los
autonomistas.
El reformismo entreguista ha permanecido a lo largo de la
historia de Cuba hasta nuestros días, no se ha extinguido. La Revolución de
1959 lo barrió como opción política real, pero la lucha de clases no ha
desaparecido. Si la burguesía o la que aspira a serlo, intenta retomar el poder
en Cuba, tanto la que se ha formado fuera del país como la que pueda estar
gestándose dentro, va a necesitar de una fuerza exterior que la respalde.
En Cuba no habría un capitalismo autónomo, no existe ya en
ninguna parte del mundo, menos en un país pequeño y subdesarrollado. El
capitalismo cubano, como en el pasado, solo puede ser neocolonial o
semi-colonial. La única forma que tiene la burguesía de retomar y mantener el
poder en Cuba, es a través de un poder externo; es la única opción para
reproducir su capital, y ya sabemos que la Patria de la burguesía es el
capital.
Hoy existe una situación que favorece este tipo de tácticas
centristas, sembradas en Cuba desde el Norte. Termina su ciclo
histórico-biológico la generación que hizo la Revolución. Alrededor del 80 por
ciento de la sociedad cubana no vivió el capitalismo. Imagínate, Cuba es un
país que intenta construir una sociedad diferente a otra que la gente no vivió.
Hay una situación de cambio y se introducen nuevos elementos, antes rechazados,
en la concepción del modelo económico-social. Es en ese contexto que las
fuerzas procapitalistas construyen su discurso seudorevolucionario, solo en
apariencia, enlazado a los cambios que se operan en el país.
– ¿La Actualización del Modelo Económico y Social Cubano tiene
alguna semejanza con el Centrismo?
– No la tiene. Apelo a conceptos que hallé en el filósofo
argentino Arturo Andrés Roig. Es imprescindible diferenciar dos planos:
discurso y direccionalidad discursiva, significado y sentido. Recuerdo que
mientras estudiaba la década de 1920, observaba que Juan Marinello y Jorge
Mañach decían casi lo mismo, manejaban conceptos muy similares, porque eran
intelectuales que estaban en la vanguardia del pensamiento y el arte cubanos.
Pero si sigues la trayectoria de ambos, comprenderás que aquellas palabras con
significados similares tenían sentidos diferentes. Marinello se integró al
Partido Comunista y Mañach fundó un partido de tendencia fascistoide. Uno
peleaba por la justicia social y el socialismo, mientras que el otro deseaba
tardíamente convertirse en el ideólogo de una burguesía nacional que ya no
existía. No creo que esa ruptura sea solo el resultado de una evolución
posterior: ya estaba implícita en la diferente direccionalidad histórica de sus
discursos.
Es importantísima esa diferenciación de sentidos, hoy más
que nunca, porque vivimos en un contexto lingüístico muy contaminado,
promiscuo, en una sociedad global que ha asimilado el discurso e incluso los
gestos tradicionales de la izquierda, sobre todo a partir de la Segunda Guerra
Mundial. La lucha de clases se enmascara, y es preciso desentrañar a quienes
sirven nuestros interlocutores.
¿Qué se proponen los Lineamientos? Buscar una vía propia,
alternativa, para avanzar hacia el socialismo, ya que no existe ningún modelo
universal y cada país y cada momento histórico son peculiares. Un socialismo
cubano equivale a decir un camino cubano hacia una sociedad diferente a la
capitalista, en un mundo hostil, desde la pobreza, el bloqueo implacable y la
ausencia de recursos naturales, si exceptuamos el conocimiento de sus
ciudadanos.
Esa es la situación real de Cuba. Nos proponemos mantener y
profundizar la justicia social alcanzada, y para ello debemos dinamizar las
fuerzas productivas. Por eso establecemos límites a la acumulación de riquezas
y propiedades, y nos preocupamos por los mecanismos de control de esos límites.
En sentido inverso, los centristas, con lenguaje parecido al nuestro, sugieren
que hemos abandonado el ideal de justicia social, pero exigen una
profundización de esos cambios que conduciría al desmantelamiento de lo mínimamente
conseguido en términos de justicia. La “profundización” que exigen los
centristas, tanto desde el punto de vista económico como político, es una
vuelta al capitalismo. Pueden y deben ser escuchadas las opiniones críticas y
divergentes en nuestra sociedad, pero todas deben apuntar hacia un mismo
horizonte de sentido.
Cuando alguien dice que el socialismo no ha logrado
erradicar la corrupción o la prostitución, yo me entristezco porque sé que es
verdad. Pero al mismo tiempo habría que preguntar: “¿el capitalismo qué haría
con eso?” Lo multiplicaría. Cuando la acusación no conlleva un camino hacia el
afianzamiento del sistema que tenemos en el país –el único que puede subsanar
sus defectos, insuficiencias y errores–, sino hacia su destrucción, la crítica
es contrarrevolucionaria.
Porque no todo lo que hagamos estará bien; nos vamos a
equivocar, eso es seguro. El que camina se equivoca. Lo importante es tener la
capacidad para rectificar y tener claro el sentido de lo que estamos haciendo,
para qué lo hacemos. Si en algún momento perdemos el rumbo, habrá que consultar
la brújula que marca el sentido. Que todo lo que podamos hacer ahora, y lo que
discutamos, esté marcado por la clarificación de qué queremos y hacia dónde
vamos.
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